Crónicas

SÔBER. Sinfonía del Paradÿsso.

SÔBER. Sinfonía del Paradÿsso.

Palacio de Congresos, Madrid, 24 de febrero de 2018.

Por José Ramón González y Gema Pizarro.

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Tiene no poco mérito que una banda convoque a casi dos mil personas para presenciar una experiencia de la que apenas se sabía nada. Sôber se presentaba ante sus aficionados para recuperar su álbum Paradÿsso (2002) más de quince años después y hacerlo acompañados de una orquesta, la Orquesta de Cámara de Siero (O.C.A.S). La experiencia, que no es nueva en la historia del rock desde que los más atrevidos se lanzaron a probar a qué sabían los donuts con chorizo, tenía mucho atractivo porque la música de Sôber parece apetecible para ello. Su dramatismo, sobre todo, la intensidad de las composiciones y cierta tendencia a la teatralidad parece encajar sin duda con lo que una orquesta puede aportar: subrayados interesantes, amplitud de tonos y colores, apertura a otras interpretaciones… Quizás el reto en un “experimento” de este tipo esté en el equilibrio entre que la canción siga siendo lo que es y que al mismo tiempo sea capaz de ser otra cosa. No creo que importe si es mejor de una manera u otra ―las canciones originales siempre van a estar― sino de si merece la pena hacerlo.

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No todas las canciones, ni todas las bandas, parecen susceptibles de adaptarse a la experiencia (Foreigner, cuyas canciones curiosamente sonaban como música de fondo mientras se acomodaba el personal en sus butacas, lo han hecho recientemente). Hay canciones que por su tono épico, por su dramatismo o por su lirismo parecen más aptas a ser interpretadas acompañadas de una orquesta.

Por esa especial predisposición y la forma en la que fue grabado el álbum original, la Sinfonía del Paradÿsso de Sôber podría no ofrecer muchas sorpresas, aunque sí enorme curiosidad y atractivo. Las canciones de la banda están llenas de intensidad dramática, con una carga de lirismo que contrasta con la potencia de la instrumentación, y esa interpretación tan reconocible de Carlos Escobedo que le va que ni pintado.

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El recinto, todo un lujo para el evento, también ayudaba a darle el ambiente necesario a esta celebración musical. Con muy pocos minutos de retraso comenzaban a bajar por las escaleras del patio de butacas los músicos de la orquesta O.C.A.S. para acercarse al escenario, vestidos con capa y capucha. El escenario reproducía las imágenes de la portada y libreto del álbum que se homenajeaba. Los músicos de la orquesta situados en los laterales, la batería de Manu Reyes al fondo y el director de la orquesta entre ésta y Carlos. Al fondo se proyectaban imágenes que acompañaban a cada canción. Con cada canción el escenario adoptaba un color o tono acorde con los que se veían en las imágenes. Quizás la iluminación fuera un poco rígida: tres focos fijos dirigidos a cada músico que provocaban que cuando salían de él quedasen en penumbra y no siempre fuese fácil verlos. También es cierto que por otro lado reforzaba la teatralidad.

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Comenzaron con “Una vida por exprimir” y el público empezaba a disfrutar del sonido de la banda con la orquesta. Todo muy equilibrado, nada de subrayados exagerados. La primera de Paradÿso en sonar es “Animal”, una canción cañera a la que la orquesta se adapta muy bien aprovechando los huecos. Se aprecia el trabajo de revisitación de las canciones, pues no da la sensación de que haya una banda de rock tocando sus canciones y una orquesta haciendo cosas al fondo, sino que la canción se desarrolla así al completo, la canción interpretada como si de una sola agrupación musical se tratara. Este trabajo es de agradecer, pues se aprecia el esfuerzo de los músicos por hacer algo diferente.

Siguieron alternando canciones de Paradÿsso con otras hasta llegar a “Hemoglobina”, una de las canciones que más se benefició del acompañamiento orquestal. Esa canción tiene todos los ingredientes que se le pueden pedir para crecer en un formato como el que Sôber ofrecía esa noche. Para “Hombre de hielo” Carlos pidió al público que se pusiera en pie, ya que se trataba de una canción especial, y terminaron esta primera parte con “Paradÿsso”, canción que ya tenía en el álbum unos llamativos arreglos de cuerdas y, quizás por ello, a pesar de ser muy esperada, no gozaba del efecto sorpresa.

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Para la vuelta reservaron “Estrella polar” (Carlos bajó al patio de butacas y la cantó entre el público), “No perdones” y la esperada “Arrepentido” a la que, según percibí, no le hace falta una orquesta. Posiblemente sea una de las que menos convincente me resultara. Ya tiene todo lo que necesita por sí sola. Es posible que al apreciar la mezcla final cuando se publique la grabación tenga otra percepción.

Trío final con “Superbia”, “Mis cenizas” y la imprescindible “Diez años” que cerraban una noche, sin duda, especial. La banda estaba contenta y satisfecha, como se encargó de mostrar todo el tiempo un Carlos Escobedo muy agradecido y afectuoso con el público; éste compartía el sentimiento con la banda… Todo el esfuerzo ha merecido la pena.

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