Vivimos en un mundo podrido.
Por José Ramón González.
Cómo debe de andar el cine ˗y nosotros˗ si una película, española para más señas, como Sicarivs: La noche y el silencio pasa desapercibida. Esto se está convirtiendo prácticamente en una garantía de calidad, o al menos de interés, aunque esto es mucho generalizar. Su reciente edición para formato doméstico nos puede ayudar a paliar este descuido.
Sicarivs tiene la virtud de atrapar el interés del espectador desde el principio. Una voz en off, la del narrador protagonista (Víctor Clavijo), nos explica, dirigiéndose directamente al espectador, cómo es su trabajo: el de asesino a sueldo. Lo que dice conecta con las imágenes que estamos viendo, pero también, y ahí está el desafío, con lo que estamos pensando. Ese riesgo que asume Javier Muñoz le lleva a momentos difíciles, de los que sale casi siempre de forma brillante. El narrador nos pregunta, nos tutea, y consigue anticiparse a lo que pensamos, riesgo aún mayor pues de equivocarse caería en la desconexión con el espectador, lo que sería desastroso.
Paralelamente a esta narración hay otra, igualmente interesante: otro personaje (Pedro Casablanc), en otro momento de la historia que suponemos es anterior, se dirige al protagonista dándole consejos sobre cómo debe comportarse un asesino a sueldo, una masterclass acelerada de la profesión sobre el escenario de un teatro. La voz de este personaje, “el hombre que fuma”, es una anticipación a veces. Otras, la explicación viene después de los hechos, o incluso al mismo tiempo, lo que proporciona una agilidad y una tensión muy logradas. Las dos narraciones se cruzan, se complementan y se oponen en varias ocasiones a lo largo de la historia: lo que dice uno que no debe hacer el otro es lo que hace, pero al mismo tiempo el personaje hace lo que él mismo afirma que no debería estar haciendo. Entonces ¿por qué lo hace? Esa respuesta es una de las incógnitas de la película, que genera la ansiedad, el suspense, la tensión.
Por supuesto, al mismo nivel o por encima de todo y al mismo tiempo por debajo de esta historia de asesinos a sueldo, de sicarios, la despiadada y fría y realista crítica social: brutal, salvaje. Alcaldes corruptos, empresarios corruptos, policías corruptos, abogados y médicos corruptos… La corrupción asimilada biológicamente por una sociedad que la ha normalizado. “Nosotros existimos porque ellos existen”, dice el sicario consejero.
Toda la larga secuencia de la partida clandestina en el ayuntamiento en la parte central de la película es reveladora de las dos líneas temáticas, en ella confluyen ambas. Y lo del alcalde no tiene precio; bueno, es una forma de hablar. Y es en este momento cuando el espectador debe tomar la incómoda decisión de en qué lado ponerse.
Los dos actores, y esto es un placer escucharlo, manejan sus voces maravillosamente, sin afectación y con claridad, algo no tan habitual. Clavijo no da el perfil típico de asesino a sueldo, lo cual es un acierto: peinado como si su madre se hubiese encargado de hacerlo antes de ir al colegio, sin cara de malo…, un tipo “normal”. Y a ello se suma un imprescindible sentido del humor, sarcástico, irónico, ácido y amargo.
Toda la película trascurre en una noche (¿Collateral?). Muñoz saca todo el provecho a los medios de los que dispone y saca adelante una película de altura en la que la ficción se anuda a la realidad y el goce cinematográfico a la reflexión ˗o acusación˗ sobre nuestra sociedad en la que brotan personajes como éste… y sobre todo como los otros.
Intérpretes:
Víctor Clavijo
Pedro Casablanc
Sebastián Haro
Carlos Olalla
Chete Lera
Alejandra Lorente
Guión:
Javier Muñoz
Música:
Mariano Martín
Fotografía:
Javier Cerdá
