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SHIRLEY JACKSON: La maldición de Hill House (The haunting of Hill House, 1959)

SHIRLEY JACKSON: La maldición de Hill House (The haunting of Hill House, 1959)

El miedo y la culpa son hermanas.

Por José Ramón González.

 

SHIRLEY JACKSON. La maldición de Hill House_coverNo deja de ser una paradoja que el lugar que tantas veces se cita como el ideal de refugio, el espacio al que uno acude buscando descanso o al que uno regresa de manera anhelante esperando encontrar consuelo o, incluso, a uno mismo ―o a quien fue en un determinado momento de su vida― y al que le unen recuerdos, emociones y personas queridas, se transforme de manera brutal en el lugar más siniestro y amenazador. Quizás precisamente por ese motivo lo sea tanto: si la casa, el hogar, al que se recurre como último refugio es el que supone la mayor amenaza, ¿qué más queda?

Algo parecido le ocurre a la protagonista de esta novela de Shirley Jackson a pesar de que sus anteriores «hogares» no fueron de modo alguno acogedores. La maldición de Hill House (The haunting of Hill House, 1959) es una de las obras más conocidas de la escritora, posiblemente porque su trama gira alrededor del subgénero de las casas encantadas o fantasmales, típicas del terror gótico y al que tantos lectores y espectadores son aficionados. En ella un investigador de lo paranormal, el doctor Montague, envía cartas a varias personas que han tenido algún tipo de experiencia en este ámbito para invitarlos a pasar unos días en una casa que arrastra una terrible historia con el fin de comprobar si detectan algo extraño o anormal. Sólo responden dos. Aunque la novela de Jackson se cita como prototipo de narración de casas encantadas, ciertamente no hay tantos elementos que puedan considerarse típicos, no al menos esos que reconocemos como los más recurrentes. En La maldición de Hill House no hay apariciones fantasmales, sombras amenazantes ni presencias repulsivas que levitan provocando sustos a sus incrédulos visitantes. La amenaza es la propia casa, una casa que parece cobrar vida sin necesidad de moverse, que se apodera de la voluntad de determinadas personas. ¿O son esas personas, de cuyos aspectos oscuros de su personalidad ni ellas mismas son conscientes, las que conectan con ese algo maligno que parece habitar Hill House?:

 

Hill House, insana, se alzaba solitaria contra sus colinas,
conteniendo la oscuridad interior
.*

 

Cuando uno se adentra en La maldición de Hill House lo terrorífico comienza más allá de sus paredes, en la cabeza de sus personajes, en concreto en la de uno de ellos, la torturada Eleanor Vance, que escapa de una realidad asfixiante, invalidante, limitadora y sacrificada para «refugiarse» en Hill House; una aventura que supone para ella un viaje excitante―también a través de sí misma aunque no sea consciente del todo―, un desafío que la transforma. Allí se encontrará con Theodora, con quien tendrá una relación que en la novela se narra de manera sugerente, sutil, ambigua, pues el narrador está pegado a su pensamiento, a sus dudas. Durante la mayor parte de la novela percibimos la realidad a través de Eleanor, lo que hace que resulte aún más turbia e incómoda. Eleanore muestra, desde el arranque de la narración, una tendencia a fantasear muy acentuada. Le ocurre, por ejemplo, durante su viaje a Hill House en coche, se imagina con facilidad posibles futuros, muchas veces prometedoramente felices pero sospechosamente infantiles, e incorpora sus fantasías a su realidad sin casi esforzarse o darse cuenta.

El tercer personaje es Luke, heredero de Hill House.

Los episodios en los que parecen ocurrir fenómenos paranormales están narrados magistralmente a través de la descripción de una ambientación que se percibe amenazadora por extraña o distorsionada (los ruidos y golpes son de una intensidad cardíaca), aunque no sólo en estos momentos: durante gran parte del relato, la ambientación y la descripción del paisaje se tornan imprescindibles para percibir la intimidación y el peligro, para crear un entorno maligno y confuso. El final del capítulo seis, por muchas razones, es una muestra excepcional del arte de Shirley Jackson. En él, Eleanor y Theodora se adentran en el bosque al anochecer, en contra de las indicaciones del doctor Montague:

 

A uno y otro lado, los árboles silenciosos habían renunciado al
color oscuro que tenían hasta hacía un momento, habían
palidecido, se habían vuelto transparentes y blancos, y se alzaban
fantasmagóricos contra el cielo negro. La hierba había perdido
su color, el camino era ancho y negro; no había nada más. […]
Le ardían las lágrimas en los ojos ante la vociferante oscuridad
del camino y la estremecedora blancura de los árboles y, con una
sensación ardiente y una imagen clara e inteligible de las
palabras en su mente, pensó: «Ahora sí tengo miedo»
.

 

Leer a Shirley Jackson es una experiencia estremecedora, no únicamente por los asuntos que trata sino por lo extraordinario de su escritura. Recuperada en los últimos años como autora de referencia del género del terror, reivindicada por nombres como el de Stephen King (qué no le entusiasma a Stephen King, me pregunto), limitar su referencia a este género se me antoja una restricción injustificable.

La llegada de la esposa del doctor Montague, bien avanzada la novela, aporta momentos divertidos que contrastan con la tensión vivida en páginas anteriores. Creo incluso que en Los cazafantasmas (1984) de Ivan Reitman podría haber un guiño a la novela de Jackson, pues la señora Montague, que aparece en la casa con Arthur, director de un colegio con quien tiene una relación nada clara, asegura que «la mayoría de materializaciones suelen producirse en salas donde hay libros», como sucede en el comienzo de la película.

Jackson también muestra su talento en los diálogos, algunos escalofriantes, como cuando Eleanor le dice a Theodora que ha decidido irse con ella a su casa (una muestra más de la ambigüedad de la relación entre los dos personajes) y Theodora la rechaza diciendo «¿Siempre vas allí donde no te quieren?» y ella responde que nunca la han querido en ningún lugar.

Eleanor es un personaje que con frecuencia es imprevisible, inseguro, casi siempre inadaptado, a quien le cuesta establecer relaciones. Como la casa, extraña, a la que es imposible adaptarse por su caprichosa y misteriosa estructura. Tal vez por eso es probable que se cree una relación inexplicable entre Hill House y Eleanor. Por eso el terror no es sólo paranormal. Aunque lo realmente terrorífico sería renunciar al placer de disfrutar de la literatura de Shirley Jackson porque se piense que es, solamente, una gran escritora de este género.

 

* Las citas están tomadas de la edición de Minúscula (2019) en traducción de Carles Andreu.

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