En cuna de ortigas.
Por José Ramón González.
Los vientos de guerra han transformado a una banda que apareció como una especie de supergrupo, con nombres de referencia de la década de los ochenta como los de Jerónimo Ramiro, Niko del Hierro, Fortu Sánchez y Joaquín Arellano, en un monstruo arrasador casi con superpoderes, que escupe fuego y no deja rastro a su paso. Sin embargo, la alimentación que recibió para su desarrollo y crecimiento no fue a base de acero fundido, sino con la obtenida de los frutos de las tierras en las que había germinado el hard rock. A pesar de todo, en ese primer disco ya hay varias salpicaduras de lo que posteriormente será la banda a partir de la entrada de Leo Jiménez y Dani Pérez. Al parecer, tanto Jero como Niko siempre quisieron un sonido más duro para Saratoga, algo que no empezó a percibirse de forma evidente hasta Mi ciudad (1997).
Si los nombres de Jero Ramiro, que había elevado a Santa a los altares de la historia del rock español, y Niko del Hierro, quien ya había trabajado con Jero en Ñu y era bajista de Barón Rojo, no fueran suficiente garantía, contar como cantante con el único, el grande, Fortu Sánchez, salido hacía poco de Obús y de vuelta de su frustrada aventura norteamericana, remataba una formación de impacto. A ellos se había unido Joaquín Arellano, llegado de Muro. Había muchas ganas de saber qué harían estos músicos juntos y cómo se desenvolvería Fortu fuera de las comodidades de su banda madre. Todo prometía ser muy excitante. Sin embargo, a pesar de mostrar la identificación de músicos de prestigio cuando en las compañías discográficas se asomaban por la mirilla, no lo tuvieron fácil hasta que lograron fichar por Foque. La voluntad y la lucha forjaron desde el comienzo el carácter de la banda.
Los primeros años noventa tampoco ofrecían una climatología favorable para los músicos de su especie, la cual luchaba por sobrevivir, como los linces, en un hábitat amenazador. Pero las criaturas salvajes no saben hacer otra cosa que luchar, así que Saratoga no contempló la derrota y terminó publicando su primer álbum en 1995. Un álbum que ha quedado quizás algo difuso visto desde la atalaya desde la que se divisa el pasado y aquellas tierras y que ahora merece la pena reinterpretar dirigiendo el catalejo hacia el pasado.
Para algunos de los recientes seguidores de la banda puede ser complicado reconocerse en el primer disco de la formación ―veinticinco años son los que puede que algunos de sus seguidores no hayan cumplido aún, y eso habla muy bien de la atención que es capaz de captar en las nuevas generaciones un grupo tan longevo―; sin embargo para otros es un álbum que se vincula tanto al pasado como al presente, y por ello una obra que, en su contexto, es de una relevancia indiscutible pues es un puente que permite contemplarlo desde una doble perspectiva: une aquello que hereda con eso otro de lo que es casi fundador. Por eso adquiere, creo, un carácter simbólico. Al mismo tiempo crece su atractivo para darle un merecido repaso, durante el cual se pone de relevancia una grabación que sigue sonando estupendamente, tanto como culminación de una época como iniciadora de otra.
Hard rock frente a heavy metal ―ahora metal―, formas clásicas frente a velocidades taquicárdicas, atención a la melodía frente a afiladas construcciones que agrietan el sonido, todo ello siempre sustentado en unas habilidades técnicas que han sido santo y seña de la banda. Y eso que una canción como “Grita” sigue sonando en sus conciertos, lo que certifica que en aquel álbum ya estaba la sustancia idiosincrática del grupo, a pesar de que ahora no suena igual, claro.
Precisamente esa era la canción que abría ese disco de 1995, una hábil composición de Niko del Hierro que remitía tanto al “Death alley driver” de Rainbow, a cuyo guitarrista se homenajeaba en el solo, como al “Daddy, brother, lover, little boy (The electric drill song)” de Mr. Big. Una composición llena de motivación y energía, con un estribillo logradísimo y en el que Fortu ya mostraba con qué versatilidad se adaptaba al estilo de la formación, aportando mucho carácter pero sin adueñarse del de la banda. Jero Ramiro es, por su parte, el responsable de “Ningún precio por la paz”, una de las canciones más populares del álbum y que estaba desde las primeras maquetas que grabaron. Ambas muestran la facilidad de la banda para componer canciones con trazas de himno. Aunque a popular creo que no hay quien gane a “Loco”, una canción que se distingue de las demás por un estribillo muy lúdico y pegadizo y, sin duda, menos agresiva que las dos citadas anteriormente.
“20 Años” es una canción que denuncia el extinto Servicio Militar Obligatorio enfocándolo en el drama personal que suponía tal experiencia. Con un ritmo marcado por el bajo y la batería que subraya lo inexorable mientras la guitarra parece reflejar la perturbación y la tristeza, la canción destaca por dos virtudes más: la sencillez en el planteamiento de la letra a la que se le saca un provecho magnífico, y la exhibición interpretativa de Fortu.
Dos piezas lentas: un medio tiempo titulado “Tortura” con pequeñas chispas blues en su estribillo, y una delicadísima balada, “Eres tú”, tremendamente conmovedora que logra llenar de luz a través de la emoción una experiencia dramática y sombría.
La mirada está puesta indudablemente en los ochenta en “Ojo por ojo” y “Ojos de mujer” mientras que “Prisionero” mantiene un interesante equilibrio. “Cuna de ortigas”, que suena un poco más a Obús, cierra el álbum dejando en el aire los ecos de las voces de los niños que cantan el estribillo.
Muchas cosas han cambiado en estos casi veinticinco años que han transcurrido desde la publicación de ese primer álbum hasta la posterior consolidación de Saratoga como una de las bandas indispensables del metal español. Es admirable que hayan sido tan tenaces, que no se hayan dejado vencer a pesar de tantas dificultades. Demuestran que la lucha es la única alternativa para su especie. Por eso, y por sus propios méritos, siguen ahí.
SARATOGA:
FORTU SÁNCHEZ: Cantante
JERÓNIMO RAMIRO: Guitarra
NIKO DEL HIERRO: Bajo y coros
JOAQUÍN ARELLANO: Batería y coros