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EL PUENTE SOBRE EL RÍO KWAI (David Lean, 1957)

EL PUENTE SOBRE EL RÍO KWAI (David Lean, 1957)

Las primeras veces.

Por ELS.

 

Hace años, alguien que admiro tanto me dijo que me envidiaba por estar leyendo un libro maravilloso por primera vez. Entendí lo que quería decir, pero sabía que yo no podía acceder todavía a esa sensación porque la mayoría de esos placeres sensibles eran los primeros para mí. Disfruté de mi libro, quizá con un poco de prisa y de curiosidad por sentir esa envidia de quien es testigo del estallido de una emoción que ya nunca te abandona.

Ahora que ha pasado el tiempo y también he experimentado esa sensación, un temblor adicional se adueña de mí cuando vivo un primer encuentro y soy consciente de ello. Es como si yo misma me envidiara un poco desde el futuro mientras asisto a mi primera vez… en este caso, con El puente sobre el río Kwai.

El planteamiento es sencillo: unos soldados británicos, prisioneros de los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, son obligados a construir un puente. Cuando escuché silbar a los soldados la conocida cancioncilla en los primeros minutos de la cinta, no pude evitar bromear “¿y qué es lo que vamos a ver entonces durante las dos horas que nos quedan todavía?” Si me lo hubiera planteado antes de ver la película, habría aventurado que los silbidos obedecen a la alegría por una victoria o por un proyecto prometedor. Una situación de ese tipo: un logro, un punto en el tiempo. Qué (mal)acostumbrados estamos a lo inmediato, a lo instantáneo, a conseguir lo que esperamos y a consumirlo enseguida para poder pasar a lo siguiente.

Sin embargo, los silbidos son una constante, una muestra del ánimo que los soldados necesitan durante todo el tiempo que van a trabajar en la construcción del puente. Se trata, por tanto, de una línea en el tiempo en lugar de un punto, de algo duradero. Suelo apreciar las películas que te acompañan más allá de su final; David Lean lo consigue siempre. Me alegro de haber visto una película suya en estos días que, si para algo vienen bien, es para valorar la compañía que eliges.

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La segunda parte de la historia plantea un dilema (uno de los muchos que se suceden): los británicos envían otro grupo de soldados con la misión de volar el puente justo en el momento en el que lo cruce un tren donde viajan algunas autoridades japonesas. La iniciativa supondrá una victoria frente al enemigo, sin duda, pero también destruirá en un segundo la otra hazaña, la de los prisioneros que han levantado el puente con su voluntad durante tantos días. El espectador se debate entre el deseo de que la maniobra triunfe y la tristeza por la destrucción de un trabajo bien hecho y que ha costado tanto esfuerzo. Otro aspecto que aprecio en las historias y que enlaza con ese acompañamiento que nos regala David Lean: dialogar con la película, escucharla y escucharte. Las escenas silenciosas, algunas cargadas de tensión y otras de soledad, brindan varios espacios donde la única voz que oyes es la de tus propios pensamientos. Tú decides y matizas tus opiniones mientras cae el sol implacable o una luz blanquecina por las noches, quizá un poco artificial, pero que a mí me agradaba.

La cinta ofrece otros ejemplos de alternativas, como la personalidad de los dos personajes principales: el coronel que defiende el honor por encima de todo y el soldado que prioriza la supervivencia, más personal y menos épica. La disyuntiva, no obstante, se reduce de nuevo a una oposición binaria, pero se trata de otra invitación a escucharse a uno mismo y saber qué sientes y quién eres. En otras palabras, ser un espectador activo y que toma decisiones, en lugar de limitarse a mirar. Así resulta siempre recomendable la perenne compañía de David Lean. El placer de disfrutar del tiempo y de saborear lo que dura, de las primeras veces y de lo que intuyes que es ya un vínculo para toda la vida.

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Intérpretes:
William Holden
Alec Guinness
Jack Hawkins
James Donald
Sessue Hayakawa
André Morell
Geoffrey Horne
Peter Williams
Guión:
Michael Wilson
Carl Foreman
Música:
Malcolm Arnold

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