El borrador de un buen disco.
Por José Ramón González.
Es difícil defender algunas actitudes de músicos por los que se siente admiración desde años atrás cuando presencia las miserias a las que sucumben, no se sabe si por enfrentamiento de egos, por incompatibilidades creativas o porque después de muchos años juntos ya no se aguantan más. Eso ha ocurrido con Queensrÿche, una de las más interesantes, arriesgadas y sugerentes bandas de las últimas décadas, cuyos integrantes han llegado a tal extremo que decidieron, hace unos años, continuar cada uno por su lado –por uno Geoff Tate con el nombre de uno de sus magistrales álbumes, y por el otro el resto, o lo que quedaba de la banda, con un imitador de Tate como vocalista e intentando emular el sonido de sus primeras obras˗. Conclusión: ni uno ni otros alcanzan la mitad de la gloria que lograron juntos como, por otro lado, suele ser habitual. La división, por naturaleza, nunca suma.
El mundo de la música es muchas veces decepcionante. Lo que observamos, incluso sentimos los aficionados desde fuera, las luces con que iluminan nuestros días y las emociones que experimentamos con sus canciones, no nos permiten descubrir, afortunadamente, las oscuridades que rodean a estos artistas, y vivimos pensando que sus objetivos creativos están por encima de todo lo demás. Ejemplos tenemos más de los que quisiéramos, y mejor no ahondar en ellos.
Tate ha decidido escribir una trilogía (vaya, qué innovador) de la que Resurrection es ya la segunda parte. Con ella presenta una propuesta interesante en su concepto pero que no termina por culminar en la ejecución, dejando que se pierdan ideas que podrían haber dado como resultado una obra más que atractiva. Detalles hay, y no pocos. Y sonidos al más puro estilo Queensrÿche también, así como otros que conectan incluso con Pink Floyd. Aun así falta cierta convicción y mayor producción, además de un poco de brillo instrumental, ya que Resurrection es más un álbum que ofrece ambientes que canciones inmediatas, y funciona bastante bien como obra completa.
El comienzo es prometedor, con una sugerente cuádruple introducción y unas melodías fantásticas de sintetizador en “When all falls away” que crean un clímax ambiental muy en la línea de las obras grandes de Queensrÿche. Para culminar esta entrada está “Left for dead”, una canción estupenda, con carga del bajo y juegos vocales melódicos fantásticos por parte de Tate. Esta canción también nos permite apreciar lo bien que funcionan las teclas de Randy Gane y lo que se echa en falta a un par de guitarristas de otro tipo, que aporten algo más que Kelly Gray y Scott Moughton, que en las rítmicas están muy bien pero no dan altura a las canciones en los detalles y mucho menos en los solos.
“Miles away” es una canción que no convence del todo al principio pero cuyas melodías sinuosas e hipnóticas se aparecen en los momentos más inesperados del día como una letanía. “The fight” es una balada muy Queensrÿche, igual que la más accesible “Taking on the world”, con ese bajo palpitante muy al frente y que cuenta con las colaboraciones de Tim “Ripper” Owens y Blaze Bayley que, la verdad, lucen poco.
A partir de aquí se acumulan en el tramo final canciones que superan los seis minutos, con ambientaciones pausadas pero menos convincentes, como la excesivamente narrativa “A smear campaign” o la jazzística “Which side you’re on” que dejan caer el disco en la desorientación que sólo consigue reanimar una interesante “Live from my machine” que cierra el álbum.
No siempre me gusta lo que hace Geoff Tate, pero me gusta que lo haga. Si bien sigue tirando de Operation: Mindcrime como concepto, crea música que le interesa, con la que, obviamente, no busca el éxito ˗término que cada vez parece más lejos de los artistas y más cerca de los negocios˗, al menos no creo que lo haga, ya que no lo supongo tan cándido. El mundo de la música está en un momento difícil, los creadores también. Geoff Tate es un tipo difícil. Parece razonable que todo esto se refleje en su música.
OPERATION: MINDCRIME:
GEOFF TATE: Voz, teclado, saxofón
KELLY GRAY: Guitarra, bajo, voces
SCOTT MOUGHTON: Guitarra, teclado, coros
RANDY GANE: Teclados
DAVE ELLEFSON: Bajo
JOHN MOYER: Bajo
SIMON WRIGHT: Batería
SCOTT MERCADO: Batería
BRIAN TICHY: Batería
TIM “RIPPER” OWENS: Voces
BLAZE BAYLEY: Voces
MARK DAILY: Voces