Transparencias

Kaurismäki.

Kaurismäki.

Descubrimiento finlandés desde México.

Por Lilia.

 

Sabía que había directores que siempre utilizaban al mismo reparto y en escenarios semejantes para contar historias parecidas que nacían de alguna pequeña obsesión o fetiche; pero, salvo Lars Von Trier y Wes Anderson -que creo que son así sobre todo a un nivel estético- todavía no me había topado con uno que lo hiciera tan claramente.

Y el otro día comencé, aquí, desde México, a ver algunas de las películas que mi hermana me había regalado para el viaje (un mix que pasa desde Pesadilla en Elm Street hasta El rayo verde). Guiándome sólo por los nombres y la duración, elegí ver una llamada Drifting clouds, de un director que al principio confundí con Kiarostami (la poca costumbre de lidiar con nombres no anglosajones; “mea culpa”). La película se movía a un ritmo inusual, más lento de a lo que estamos acostumbrados, y combinaba canciones de rock’n’roll (¡enteras! ¿cuánto pasa eso en el cine comercial?) con escenas prácticamente de duelo, lo que las hacía todavía más depresivas, pero a la vez, no sé, ¿reconfortantes? Fueron los dos únicos detalles que me llamaron la atención. Acabó la película, y, sin querer -porque no me gusta que esto pase-, pasé página.

Pero ayer volví a elegir otra película de Kaurismäki –The Match Factory Girl– y, de repente, en uno de estos momentos vitales en que agradeces lo que hiciste aunque no supieras por qué lo hacías, las escenas de la otra película empezaron a encajar y tomar sentido para mí. (Otra confirmación más de que, para que te guste algo, tienes que exponerte a ello más de una vez [bueno, salvo que se viva en un flechazo continuo, que, lo siento, pero no creo]). Fue muy súbito -al contrario que sus películas, que se mueven en un ritmo natural y silencioso (un silencio muy agradable y realista)-: ya estaba, me había encaprichado con este director y seguiría curioseando en sus películas.

No sé por qué pasó; si fue por ver a la misma actriz sufriendo dos veces, distinta pero igual de intensamente, por los colores pastel-grisáceos de las paredes, ropas y pieles de sus personajes, o por volver a encontrarme de frente con el desconcierto de una canción de rock en una escena muy dramática y lenta; pero de repente su narrativa cobró mucho sentido y encanto.

Drifting clouds (1996) habla de la mala suerte de un matrimonio de clase baja -con una extraña moraleja final (después de tanta crítica, ¿es posible todavía confiar en algún tipo de “sueño americano”?)-; y The Match Factory Girl (1990), de la de una joven que está desamparada ante mil y una amenazas de maltrato. Son películas que narran historias cotidianas y duras, de una cierta clase social y contra lo que se tiende a pensar de los países (Finlandia) que están ahí, tan arriba y tan bien (de hecho, lo único que te hace pensar que ocurren en esos lugares es la gama de colores apagados que el director utiliza de manera rigurosa). Pero, sorprendentemente, no desesperanzan: quizá es la honestidad de Kaurismäki (como digo, el uso del ritmo lento y el silencio me parecían extremadamente realistas y sinceros), o la belleza de algunos planos, o que -esta posibilidad siempre hay que contemplarla- me pilló en un buen día con morriña y supe disfrutar de la película, bastante europea.

Sea lo que fuere, lo que me apetece tras verla(s) es seguir viéndola(s), y pongo las ‘s’ entre paréntesis porque no sé cómo de separadas están las películas de un mismo autor, o estas dos películas del mismo autor, especialmente en casos como éste, en que se utiliza siempre al mismo reparto y en escenarios semejantes para contar historias parecidas que nacen de alguna pequeña obsesión o fetiche.

Totalmente recomendable.

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