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JOHN WAITE «Rover’s Return» (Emi, 1987)

JOHN WAITE «Rover’s Return» (Emi, 1987)

Hay que cuidar el espíritu.

Por José Ramón González.

 

De los discos de John Waite no se puede salir indemne. Como ocurre con esas películas o esos libros que, tras verlas o leerlos, somos conscientes de que algo ha cambiado en nosotros. Es una experiencia que inevitablemente nos transforma. En la intemperie del silencio, de repente miramos el mundo y nos asombramos al darnos cuenta de que no percibimos del mismo modo la realidad a como lo hacíamos antes; somos otros.

John Waite es un artista portentoso, emocionante, mágico, especial, único, excepcional, que ha sembrado su carrera de momentos extraordinarios, ha construido espacios con su voz en los que cuando uno entra siente que está en un lugar único y, si se visitan con frecuencia, puede llegar a pensar que están creados exclusivamente para él. Ése es John Waite, un pintor de paisajes emocionales, un arquitecto de edificios en los que cada habitación guarda el recuerdo de un relato que palpita ahogado en nostalgia pero que juntos forman parte inextricable de una historia mayor; un escultor que modela con su voz el alma de los que lo escuchan. Ha creado un universo propio en el que las coordenadas del tiempo y el espacio se calculan siguiendo el timbre de su voz para que, al final, cuente quiénes somos. Es un demiurgo. Waite es capaz de estrujarte el cuerpo y el alma con media docena de notas. Es un mago, un espiritista o, simplemente, un artista como hay pocos.

Tras la separación de The Babys el cantante británico comenzó una carrera en solitario. Si bien el éxito le fue bastante esquivo, alcanzó el reconocimiento mundial gracias a un single de dimensiones universales titulado «Missing you», incluido en su segundo álbum No brakes (1985). Como con otras canciones de su carrera que han tenido cierta repercusión, cuando alguien ha intentado hacer una versión de alguna de ellas no ha alcanzado ni un tercio del impacto que la voz y la interpretación de John Waite consiguen, por mucho que la canten otros con mejores cualidades vocales, prestigio, popularidad o ganas que le echen. Porque lo que hace él no se puede replicar, ni imitar ni, mucho mejor, aspirar a igualar. Mención aparte merece la versión en español que hizo Pablo Perea ―otra voz extraordinaria― con La Trampa, reinterpretando la sutileza de la canción y logrando una más que conseguida adaptación.

Es cierto que en ninguno de sus otros discos logró un éxito ni parecido al alcanzado con «Missing you», sin embargo están repletos de piezas magníficas, ya sea por sutilezas musicales que erizan la sensibilidad, arranques de rabia ―que también los tiene― o por ser capaz de expresar el lamento, la frustración o el éxtasis emocional de manera sobresaliente. Quizás sea esa sensación de autenticidad, de realismo, lo que llena de grandeza muchas de sus canciones; ficciones creadas para darle forma artística a las verdades de nuestras vidas. O, sencillamente, por ser un artista capaz de generar con su música una inédita sensación de intimidad.

Aunque sus creaciones más apasionantes y apasionadas se encuentren, probablemente, en los álbumes grabados tras su salida de Bad EnglishTemple Bar o Figures in a landscape podrían ser perfectamente dos títulos memorables―, en el año 1987 publicó su álbum más hard rock, lo que, es posible, les sirvió a algunos de sus antiguos compañeros de The Babys (allí estaban Jonathan Cain y Ricky Phillips) como recordatorio de sus portentosas cualidades cuando dos años después formaron Bad English junto a Neal Schon y Deen Castronovo. Rover’s return, su cuarto álbum en solitario, es una muestra más de su talento, en el cual afila los aspectos más eléctricos de su música pero al mismo tiempo es capaz de crear piezas magistrales difíciles de encajar en géneros musicales concretos. Cuenta con la ayuda en la composición de Desmond Child y de Diane Warren; junto al primero escribe la canción que abre el álbum y la de Warren abre la segunda cara. Dice que tuvo que grabar el disco dos veces debido a la incapacidad de su primer productor para entenderlo, quien proponía lo contrario a cada idea de Waite. Terminó discutiendo con él y volviendo a grabar el disco entero, rehaciendo cada canción con la ayuda de Frank Filipetti (productor del Inside information de Foreigner, Save yourself de McAuley Schenker Group, Too hot to sleep de Survivor o del disco de Tall Stories de donde saldría Steve Augeri rumbo a Journey).

La canción que abre el álbum, «These times are hard for lovers», encaja perfectamente en la colección de canciones míticas de Desmond Child: repleta de épica y emoción, intensidad creciente y estribillo memorable cargado de generosos coros con voces femeninas entre las que se encuentran las de Patty Forbes, María Vidal, la de la propia Diane Warren, pero también las de Joe Lynn Turner y Desmond Child ―de cuyo único álbum como cantante no estaría mal que hablásemos en alguna ocasión―. De esta canción se grabó un vídeo. Nos podemos deleitar ya a placer con la voz de Waite y con el estupendo sonido de la banda, con John McCurry a la guitarra, quien acompañaba a Waite desde el anterior Mask of smiles. Me gusta en especial el sonido de la batería que se consiguió en este disco ―a cargo de tres músicos― y de lo acertado de su presencia en la mezcla ya que aporta un gran dinamismo, además de que proporciona ese peso rockero fundamental en cada una de las canciones.

Hablando de intensidad creciente, «Act of love» sería el mejor ejemplo de crescendo vertiginoso. Con qué pocos recursos pero qué acertadamente utilizados se consigue tanta emoción. Sin duda es, en mi opinión, una de las canciones definitivas de su autor, una de las más mágicas e inspiradas. En ella encontramos, además de unas letras magníficas que casan a la perfección con la música ―hand in glove, como se dice en ella―, uno de esos puentes desde los que uno se tiraría sin pensarlo, seguro de que volaría. De nuevo la presencia de la batería se me antoja imprescindible para darle una dimensión rockera que hace de contrapunto a las melodías y las líneas suaves.

«Encircled» y «Woman’s touch» son dos composiciones bien rockeras: la primera un rock and roll reforzado de hard rock; la segunda de estilo bluesy con incorporación de sintetizadores, que permiten que la voz de Waite se adapte a ella con facilidad. Da gusto escuchar la manera en la que interpreta la canción llevándola a un terreno en el que se siente cómodo ―o quizás ha sido el propio terreno el que se ha adaptado al cantante para tener el placer de acompañarlo―.

La elección para cerrar la primera cara es difícilmente discutible: «Wild one» es una composición de hard rock con mucha melodía y un estribillo ineludible en la que nuestro cantante equilibra la sugerencia con la garra rockera. Es una de las favoritas de este disco para muchos.

Como comentaba más arriba, la elegida para abrir la segunda cara es «Don’t lose any sleep», de Diane Warren, que un par de años más tarde alcanzaría mayor popularidad en la voz de Robin Beck gracias a su inclusión en Trouble or nothing. La versión de Waite, siendo en líneas generales la misma, tiene mucha menos contundencia que la de Beck, obviamente, pero está dotada de un encanto que sólo él puede aportar. Más sencilla pero innegablemente atractiva gracias a la magnética personalidad de su intérprete.

Junto a la anterior, la única composición en la que no participa es «Sometimes», escrita por el dúo Dan Hartman y Charlie Midnight, aunque curiosamente es una de las canciones más John Waite del álbum y una de mis favoritas. Una canción que, al igual que otras de Rover’s return, basa su irresistible atracción en un magistral manejo de la intensidad unido a la entrega auténtica del cantante a una canción de una belleza desgarradora (watch those blue shadows fall / I’m free but I am alone).

Dos canciones más de vena rockera para cerrar el álbum: «She’s the one», que tiene toda la excitación y la inmediatez de una interpretación en directo, una canción en la que los teclados juegan un papel definitivo alternándose con las guitarras de manera muy eficaz; y «Big time for love», pegadiza y con garra, con un ritmo cuasi rhythm & blues, con unas guitarras deudoras de Keith Richards y unos sintetizadores juguetones que le dan un aire festivo irresisitible.

Waite se amolda a cada ritmo, tono, contenido y emoción con una categoría artística envidiable aportando a cada una de las composiciones su carácter propio. Nunca ganaría un concurso de televisión de esos de cantantes, porque allí no suelen valorarse las sutilezas sino los recursos superficiales, alcanzar tonos ―y volúmenes― hiperbólicos y las imitaciones de moda. Su talento no es físico; es espiritual.

Si este trabajo de Waite no ha sido más apreciado por los aficionados es, posiblemente, porque no es fácil encasillarlo en una tendencia del rock clara, pues algunos, incluso, lo califican de pop-rock, algo insólito para mí. Tampoco es hard rock en su conjunto, cierto, pero renunciar a una obra del nivel de Rover’s return por eso me parece un castigo que nadie debería imponerse. Es demasiado duro e injusto, y probablemente desproporcionado. Hay que cuidar el espíritu. Y para estimular espíritus amodorrados pocos remedios hay mejores que escuchar a John Waite cantando lo duros que son estos tiempos para los amantes.

JOHN WAITE_Rovers_return_cover
JOHN WAITE: Cantante
JOHN McCURRY: Guitarra
JOHN REGAN & JOHN K.: Bajo
CHUCK KENTIS, ARTHUR STEAD, TOMMY MANDELL, GREG MANGIAFICO: Teclados
ANTON FIGG, THOMMY PRICE, MIKE BRAUN: Batería

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