Autorretrato.
Por José Ramón González.
Recuperar algunos discos de la estantería del pasado es casi como enfrentarse a uno mismo. Es rencontrarse con quien un día decidió adquirir ese álbum y lo disfrutó durante unos años, y es forzar al tiempo a ponerse frente a un espejo que devuelve un reflejo distorsionado. Algunos de esos títulos han permanecido al lado de uno año tras año, como los buenos amigos, mientras otros se han ido quedando relegados a un olvido descuidado, no premeditado. Llega un día en el que, repasando, nos damos cuenta de que ese disco sigue donde lo dejamos, aguardando con fidelidad alfabética. Siempre hemos sabido que estaba allí, sin llegar a olvidarlo del todo. En determinadas ocasiones, al pasar la mirada por encima de él, lo hemos reconocido entre los otros, y hasta hemos pensado que en otro momento, muy próximo, permitiríamos que sus surcos volviesen a sentir el cosquilleo de la aguja para comprobar si mantendría su capacidad de generar las sensaciones de antaño. Pero pasa el tiempo, llegan bandas nuevas y otras antiguas, más «importantes», y se queda esperando a que se cumpla una cada vez más lejana promesa.
Es muy frecuente que idealicemos nuestro pasado, especialmente la época de la adolescencia en la que todo parecía mejor, pero también lo es que nuestra perspectiva de madurez nos haga creer que entonces éramos más ingenuos, con menos experiencia y creamos que todo lo sobrevalorábamos.
Por lo que hay algo más. El miedo. Miedo a que, después de demasiado tiempo sin volver a escuchar ese disco no suene igual de bien que en el reproductor de la memoria. Que se quiebre la idealización al pulsar el play de la realidad, que se destruya una hermosa banda sonora que, quizás, ya solo existe en nuestro recuerdo.
La discografía que hemos atesorado y engrosado durante la vida es, sobre todo, un autorretrato. Durante los días en los que redacto estas líneas encuentro en una reseña literaria una idea propuesta por Virginia Woolf que viene muy a propósito: decía que sería una bonita idea escribir nuestra autobiografía a través de las impresiones que un mismo libro nos ha dejado con cada relectura.
If you’re man enough, del año 1985, es la única publicación que conozco de la banda canadiense Jade, aunque se cataloga un álbum anterior de dos años atrás en cuya formación sólo estaba el guitarrista Pat Belrose. Fue publicado a través de Roadrunner y no llegó a nada a pesar de haber sido lanzado en un momento en el que el hard rock estaba en su época más dulce, y en particular esa vertiente melódica y pegadiza que arrasaba asociada a los nombres de Ratt, Dokken, Stryper… O quizás por eso, al haber tantos y algunos tan buenos y con éxito era fácil que su presencia eclipsase a muchos otros. Jade ni siquiera llegaron a alcanzar esa consoladora categoría de banda de culto. Nunca más se supo. Tampoco nada de los músicos que componían la banda, ni de la buena cantante Sweet Marie Black (nombre que adoptaba Marie Bennet) ni de su guitarrista Pat Belrose ―cuya foto en la contraportada del álbum generaba dudas sobre si Pat era él o ella―; al menos hasta hace muy poco, pues un irreconocible Belrose forma parte de una banda llamada Slizard que ha publicado recientemente su primer álbum.
Lo cierto es que este disco lo escuché mucho en su momento y después durante varios años. No recuerdo por qué ni dónde lo adquirí. Era una época en la que uno a veces compraba un disco para probar, sin haber escuchado nada antes. Era posible disfrutar la emoción que se experimentaba hasta descubrir cómo sonaría eso, si sería disfrutable o un auténtico bodrio. Ese proceso hacía de cada una de esas adquisiciones un objeto único que pasaba a formar parte de una colección personal: mirábamos la portada detalladamente, la contraportada buscando información valiosa y, después de eso, rompíamos cuidadosamente el plástico por la abertura que daba acceso al interior para comprobar si llevaba encarte y qué ponía ahí: colaboraciones, agradecimientos…, intentando intuir por dónde tiraría el estilo y si cuadraba con lo que habíamos supuesto por su aspecto. Esta aventura también podía proporcionar disgustos terribles, discos malos, horrorosos. Pero así era la vida de los aventureros musicales: para encontrar material valioso había que mancharse de barro muchas veces. Ahora, por supuesto, es todo mucho más fácil, pues hacemos el camino inverso: primero escuchamos, y si no nos gusta, no perdemos el tiempo. Tampoco es necesaria una portada bien diseñada para atraer a posibles aficionados que nunca hayan oído hablar de tal o cual banda. Una ventaja práctica aunque exenta de riesgo y de sorpresas.
El caso de Jade es uno de los que consideré hallazgos valiosos. Y, lógicamente, cuanto más desconocida fuese la banda de más valor se cargaba el descubrimiento. Se trata de un álbum bastante interesante y cuidado en muchos aspectos aunque adolece de un sonido demasiado artificial, especialmente en la batería de Dave Samson, además de estar excesivamente alta en la mezcla; por otro lado, las voces y melodías adquieren una elegancia muy apreciable gracias al buen trabajo de Sweet Marie Black, las cuales dominan el desarrollo de cada canción.
Son nueve composiciones en las que se percibe la ilusión puesta por unos músicos que consideraban que habían logrado algo que merecía la pena. Y creo que no les faltaba razón. Una más cuidada producción habría permitido brillar a unas canciones con no poco potencial y algún hallazgo creativo que merecerían haber alcanzado un lugar que otras canciones con menos méritos lograron. Entre ellas la que fue elegida como single y de la que se llegó a hacer un videoclip ―algo serie B, la verdad― «I’m not yours», una composición que se adelanta treintaicinco años a las actuales reivindicaciones feministas, con un muy buen estribillo, pegadizo y bien armonizado en las voces. «Breakin’ away» tiene un planteamiento parecido en la temática aunque es más guitarrera, muy bien cantada por Sweet Marie y con una original línea de bajo en el estribillo. Más pegadiza, sencilla y comercial se muestra «We’ll show you how to rock», lo que contrasta con la mayor elaboración de «Seventh heaven» que abre la segunda cara del vinilo. Aunque probablemente la canción más lograda del disco sea el baladón «Instruments of the night», una composición admirable, muy emotiva y bien interpretada, que dosifica las intensidades sin traspasar la línea enemiga del efectismo. Siempre fue una de mis baladas favoritas de la época.
Aunque If you’re man enough no es un álbum que haya que reivindicar como un olvido imperdonable, sí que se gana un homenaje respetuoso y emotivo, por sus propios méritos y por lo que supone para alguien en, como decía Virginia Woolf, su autobiografía. Porque aunque ellos no lo sepan, su música llegó a lugares que posiblemente ni sospechan, formó parte de la vida de algunos aficionados y es justo decirles, ahora que las tecnologías lo permiten, que a algunos sus canciones nos hicieron y nos siguen haciendo disfrutar.
JADE:
SWEET MARIE BLACK: Cantante
PAT BELROSE: Guitarra y voces
DAVE SAMSON: Batería y percusión
TERRY RUDD: Bajo