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DRY RIVER «Cuarto Creciente» (Dry River Records, 2022)

DRY RIVER «Cuarto Creciente» (Dry River Records, 2022)

Renacimiento.

Por José Ramón González.

 

Herida

Con frecuencia me pregunto si los músicos saben cuánto nos importa lo que ocurra en el seno de sus bandas, si saben que con sus decisiones y publicaciones ―o ausencia de ellas― sufrimos, anhelamos, deseamos y nos desanimamos; me pregunto si son conscientes de cuánta ilusión puede generar en los aficionados el anuncio de un nuevo trabajo si es de un grupo al que seguimos con interés sincero. Seguramente a ellos también les asalte la duda de si lo que hacen le importa a alguien, si los aficionados a su música viven con tanta pasión y preocupación el desarrollo de su proceso creativo o, como mínimo, su resultado. Si, como dice el tópico, habrá alguien esperando al otro lado cuando ellos decidan o puedan lanzar nuevas canciones.

Desde que se anunció la publicación del esperado y deseado ―y acongojante también― nuevo disco de Dry River, el jefe de esta casa y yo tuvimos frecuentes conversaciones telefónicas a través de las cuales compartíamos nuestros nervios elucubrando sobre cómo sonaría, si la sorpresiva producción de Carlos Raya tenía como objetivo hacer más «accesible» su sonido, si era una apuesta comercial, comentando cada goteo de información, excitados contando las horas que quedaban para escuchar la nueva canción…

Mucha inquietud se había acumulado entre los seguidores de la banda desde que a finales de 2019 Carlos Álvarez anunciara que abandonaba la formación (¡cuánto llegamos a odiar a Carlos por hacernos algo así!). La complicidad entre los miembros del grupo, especialmente entre él y Ángel Belinchón, guitarra y cantante respectivamente, de la que en Ciudadano Rock hemos sido testigos privilegiados, y la preocupación generada por la relevancia de Carlos en la composición de las canciones, eran tales que su marcha no podía por menos que dejar una profunda desazón; porque, como decía, lo que les ocurre a las bandas que nos gustan, que nos apasionan, nos importa y mucho. Nuestro vínculo con ellas es puramente emocional, y por ello totalmente personal. Imagino la situación, al resto de los miembros del grupo pensando qué hacer. Si nosotros sufrimos, no quiero pensar lo que debió suponer para ellos. No me extrañaría que hasta se plantearan mandarlo todo a tomar por saco. Pero el pasado pesa y sus tres obras de arte, esos tres discos publicados de los cuales dos son prácticamente obras maestras, no se pueden dejar abandonados. Es una responsabilidad. Y una pasión. Las pasiones no permiten que se las abandone así como así.

Obligatoriamente algo ha tenido que cambiar. En el arte ningún cambio pequeño es mínimo. Todo se magnifica, se expande, se agranda y se agrava. La banda tenía que recuperarse, rehacerse, revitalizarse ―y hasta supermineralizarse, que diría el pequeño ratón superhéroe―. Que uno de los grupos más renovadores, creativos, originales, sorprendentes y apasionantes de los últimos años tuviera que reponerse a la marcha de uno de sus pilares era un deseo y un temor, pero también me atrevo a asegurar que incluso una obligación. Nadie quiere que algo que quiere cambie, pero el único camino en un momento así es hacia adelante. La pregunta es ¿a cambio de qué? ¿Qué se va a perder por el camino y qué va a haber nuevo? Y con todo ello: qué va a quedar de la banda original. Pues Martí Ballmunt tampoco está, a quien ha sustituido Miquel Centelles. Pero ahí estaban el asombrosamente versátil Pedro Corral y el imprescindible David Mascaró como columnas sobre las que reconstruir la historia.

La producción de Carlos Raya no podía nada más que hacer sonar mejor lo que ya sonaba muy bien y ayudar a la banda a reorientarse. Toda ayuda para sacar a flote a nuestros músicos era poca. Dry River no se podían secar. Y llega el disco…

 

Recuperación

Cuarto creciente es un título que muestra ese juego lingüístico al que nos tienen acostumbrados, una expresión que les ofrece jugar con el doble sentido. Y lo que hay dentro es un trabajo de indiscutible altísimo nivel, aunque con una sola escucha uno tiene claro que estos Dry River son unos nuevos Dry River, pero son ellos. Un animal herido que no ha tenido más remedio que reponerse a las adversidades y salir adelante. Cuando alguien pasa por una experiencia traumática tiene obligatoriamente que salir de ella diferente, o quizás mejor. Y no me cabe duda de que la banda ha hecho lo mejor de lo que es capaz. Las cicatrices son visibles en las nueve canciones que conforman Cuarto creciente. Tenemos un disco más sombrío, más áspero, más duro e incluso más progresivo; también más homogéneo que cualquiera de los anteriores. La dispersión y variedad que era característica en los anteriores trabajos de la banda ha desaparecido casi por completo ―a excepción de la dryriverana «Funeral»―. Pero lo dryrivérico está en todas las otras canciones. Composiciones en las que las sensaciones de rabia, decepción y tristeza del mundo que nos ha quedado tras estos últimos años se apoderan de sus acordes y contenidos. Estructuras quebradas, guitarras particularmente potentes, y un Ángel Belinchón espléndido que empapa de fuerza y delicadeza las siempre trabajadísimas letras de unas canciones que crecen escucha tras escucha como la luna a la que se alude en el título del álbum. Si no lo hubiera dicho anteriormente en cada uno de sus lanzamientos aseguraría que Ángel canta mejor que nunca.

La primera canción que pudimos escuchar fue la brutal «Capitán veneno». Una canción con una base rítmica muy potente, una letra brillante y una sección instrumental endemoniada. Nos presentaban a unos Dry River, nunca más apropiadamente dicho, envenenados. No es algo que no hubiésemos escuchado antes en ellos, pero hay en «Capitán veneno» una sombría vena de agresividad y una apuesta clara por el rock progresivo de escuela Dream Theater o Circus Maximus ―y menos A.C.T, con quienes era más fácil emparentarlos antes, si es que eso era posible―. Es una composición intimidatoria, salvaje, suicida, que obliga al receptor a ponerse en guardia y a esperar con ansiedad y temor la siguiente canción. Pasados los días y tras haber escuchado el disco muchas veces descubro que estaba entonces más pendiente de buscar lo que faltaba que de percibir lo que había. «Capitán veneno» es una composición monstruosamente valiente, arriesgada, decidida, orgullosa y deslumbrante. Y el single de presentación es maravilloso: «Culpable» es tan original que sitúa los coros al mismo nivel de protagonismo que la voz principal. Algunos detalles del piano, las ya famosas campanas tubulares y varias secciones de la canción hacen pensar en la música de una película de Tim Burton, repleta de excesos, de crítica social, de desamparo y con una poderosa emoción al fondo.

Hay una luminosa presencia del AOR en «Segundo intento» con abiertas resonancias de Journey (tortilla deconstruida), una composición tan hermosa que se hace imprescindible en un álbum como Cuarto creciente, pues es la rendija por la que respira y nos recuerda que Dry River pueden hacer cualquier cosa que se propongan, y que son tan capaces de hacerlo tan bien que, si quisieran hacer todo lo que les apetece en todos sus discos terminarían siendo dobles (¿dónde están todas esas canciones que han ido descartando en cada grabación?). Y hay una bonita balada, «Si estás tú», que acepta su modestia frente a la colosal «Me va a faltar el aire» y por eso es aún más atractiva ―inspirados hallazgos en algunos de los versos de la canción― e irresistiblemente delicada.

Dos canciones de potente base rítmica se sitúan en la primera parte del álbum. «La libertad» combina secciones serenas de piano con guitarrazos cortantes, melodías a dos guitarras ―el nuevo fichaje Guillermo Guerrero y el gran Matías Orero, que tampoco es manco, se han compenetrado a las mil maravillas y nos ofrecen un magistral trabajo del que se van apreciando detalles inagotables en todo el disco― y sintetizadores en los cambios de ritmo. Por su lado «La serpiente» suena mucho a Muse. Su marcado ritmo casi de marcha que subraya las melodías de las voces es una auténtica taladradora para el cerebro que no tiene más remedio que rendirse y ponerse a replicar constantemente la canción a nada que uno se queda en blanco en cualquier descuido. Aquí la banda insiste en el despliegue de valentía y arte magistral de nuevo casi de banda sonora: épica, tragedia, drama, suspense en una bárbara instrumentación que fuerza la tensión a través de la voz de Ángel que está (¿ya lo he dicho?) espectacular, tanto en ésta como en la citada anteriormente.

Tengo que admitir que he tenido algunas dificultades con «Calles inundadas». Son defectos o limitaciones o manías que están en mí y no en la canción, obviamente. Es una pieza delicada y de mucho tacto, instrumentalmente impecable y de melodías muy cuidadas, ante la que he tenido que superar cierto rechazo por su temática. La pandemia no ha dejado nada positivo y como, desgraciadamente, se ha cumplido aquello que algunos temíamos de que, a pesar de lo que se decía y de los aplausos en los balcones y todo eso no hemos salido mejores de lo que éramos, todo lo que me suene a buenos sentimientos, idealización de la experiencia y demás no me gusta. Tampoco me gusta el recitado en las canciones, a pesar de lo bien que lo ha planteado el grupo en la gradación de la intensidad y el significado dentro de la composición. El arranque me sonaba a Enya, lo que tampoco me ayudaba. Aprecio la muestra de comprensión y, sobre todo, de compasión; me sirven de ejemplo. Pero como no estoy dispuesto a no disfrutar de una de las canciones de Dry River me psicoanalizo, me repongo, rechazo mis rechazos y ahora la canto más fuerte que el resto, para compensar. Ya he dicho que esto no son negocios, es exclusivamente personal.

Y me encanta «Despedida». Esas notas de piano ―qué buenísimo trabajo hace Miquel Centelles―, los coros, las melodías, la emoción. Y el silencio.

 

Triunfo

Cuando termina la canción uno se queda huérfano, abandonado en el silencio, pero rebosante de emociones y de una sensación incomparable, la de sentirse tocado en lo más profundo por la belleza del arte, de la música, por saberse afortunado de poder experimentar algo tan hermoso. Y agradecido a los artistas de esta banda que han sabido reponerse a duros contratiempos, que no nos han abandonado a pesar de las dificultades, agradecido por habernos entregado el fruto de su trabajo y transmitirnos y contagiarnos con ilusión y valentía el fruto de su creatividad. Ha sido inevitable sentir al escuchar las primeras veces Cuarto creciente que nos faltaba algo de los Dry River que conocíamos, una parte de su antigua esencia que ya no está, pero la evidencia es que la han cubierto con ilusión, con entrega, con ganas, y con generosas paladas de talento. Tras numerosas escuchas es indiscutible que su cuarto trabajo no desmerece en absoluto con respecto a los anteriores y, en su singularidad, es igual de bueno que ellos. No habría sido razonable pedirle otra obra maestra a Ridley Scott después de Blade Runner, ni a Curtis Hanson que mantuviera el inalcanzable nivel de L.A. Confidential, ni a Jonathan Demme que superara la complejidad y el perverso atractivo de El silencio de los corderos. Es muy difícil hacer dos obras maestras seguidas; pocas bandas de música lo han logrado. Dry River, por méritos propios y porque sirven de ejemplo y referencia a otras, y si no me equivoco mucho, acaban de firmar la tercera consecutiva.

DRY RIVER - cuarto creciente_portada
DRY RIVER:
ÁNGEL BELINCHÓN: Cantante
MIQUEL CENTELLES: Teclados y coros
PEDRO CORRAL: Batería y coros
GUILLERMO GUERRERO: Guitarra y coros
DAVID MASCARÓ: Bajo y coros
MATÍAS ORERO: Guitarra y coros

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