Salvaje hard rock.
Por José Ramón González.
En la foto finish de 2018 se podía ver entrando ya por los pelos el primer álbum de una alucinante banda de Gijón llamada Drunken Buddha. Podría ahorrarme un montón de palabras diciendo sencillamente que es un álbum absolutamente salvaje, renovadamente clásico, inteligentemente moderno e intensamente gozoso, pero como veo que ya estoy empezando a derrochar expresiones me extiendo un poco más; a los que les valga con esto pueden parar aquí y empezar a escucharlo ya.
No hace falta ser un tipo muy atento ni realizar muchas investigaciones para percibir que la banda se ha curtido haciendo versiones de grupos como Deep Purple o Whitesnake. Hilando desde ahí y escuchando su álbum (atractivamente presentado en un digipack y con una bonita portada) se pueden ir marcando casillas de referencias de bandas del mismo estilo y de la misma época y, una vez hecho esto, empezar a disfrutar de ocho excitantes canciones, adictivas hasta la necesidad de asistencia especializada. Basta un poco de exposición y ya no hay remedio. (Quien quiera puede seguir leyendo después de este segundo párrafo, pero insisto: se puede poner el disco ya).
Diría que han dejado que la misma esencia del rock/hard rock clásico arda sobre el sencillo esqueleto de unas canciones poderosas. Sobre la base de esas construcciones el placer se obtiene de disfrutar de un sonido espectacular que aprovecha cada segundo de canción, garantizando la intensidad desde el primer momento y hasta el final. Pequeñas y relevantes variaciones, atractivas, seductoras, irresistibles se desarrollan a lo largo de las composiciones al tiempo que un hard rock potente hace de soporte.
Aunque es éste uno de esos casos en los que uno lamenta que la producción no sea algo más limpia ―eso sí, con auriculares es una gozada―, hasta eso le sienta bien al estilo de unas canciones espléndidas. Prefiero un disco así que otro con todos los artilugios técnicos de producción para hacer brillar el vacío.
Cuando el disco comienza con “Can’t hold your gaze” sí, parece que suenan a Deep Purple, pero desatados, con la potencia del bajo de Javier Menéndez y la batería de José Manuel Martínez, aunque también podría uno pensar en Michael Schenker, especialmente en la sección final del solo de Diego Riesgo, espectacular en todo el álbum. El hammond de Mario Herrero le da la réplica en esta purpleiana composición. Es tal la intensidad que desprenden que pareciera que hemos pillado la canción ya empezada. Y lo mismo podemos decir de “Medicine man” que la sigue sin sonrojarse. Michael Arthur Long deja que las letras le arañen la garganta en una suerte de combinación esquizofrénica entre Jim Morrison y Paul Rodgers.
Con “Jester song” parece que se pudieran inventar a Whitesnake si no existieran. El bajo va indicando el pulso vital en uno de los mejores estribillos del disco. Otro buen solo de guitarra de Riesgo y gozada de final de Mario Herrero.
Brutal es “Lady Stardust”, densa y febril, que termina en una explosión acelerada que deja sin respiro. La compenetración es total, se nota que varios de los miembros del grupo llevan años tocando juntos.
Son estos ―y otros― los argumentos de una banda que ha grabado un disco asombroso y magnético que invita con sus canciones a deleitarse en la escucha, fomenta el placer de escuchar música. Se me ocurre que ahora que tantos disfrutan con una banda como Greta Van Fleet es el momento de hacerse un favor dándole un buen repaso a este fabuloso disco de Drunken Buddha. De nada.
DRUNKEN BUDDHA:
MICHAEL ARTHUR LONG: Cantante
DIEGO RIESGO: Guitarra
MARIO HERRERO: Teclados
JAVIER MENÉNDEZ: Bajo
JOSÉ MANUEL MARTÍNEZ: Batería