El Jefe siempre tiene razón.
Por José Ramón González.
No es que el heavy metal clásico me vuelva loco… No es cierto, en realidad no es así. Lo que no me atrae generalmente son las recientes encarnaciones de bandas que hacen, o intentan hacer, heavy metal de siempre. Admiro y disfruto con las bandas clásicas del género, claro está. Sin embargo, la mayoría de las propuestas que he escuchado en los últimos años ―y digo «la mayoría» porque he comentado en este mismo espacio algunas excepciones valiosas, como el caso de Tanith, por citar uno―, me parecen repetitivas o hiperbólicas o aburridas, previsibles, monótonas y con poca o ninguna personalidad. Sin duda muchas no se ajustarán a ese perfil, pero mi nula predisposición a darles más de una escucha frustra la posibilidad de encontrarme con algo diferente. Y eso, encontrarme con algo diferente, casi siempre ocurre cuando alguien en cuyo criterio confío me anima a escuchar a determinada banda.
Precisamente eso es lo que ha ocurrido con el primer y, posiblemente, único disco de Dr. Hyde, una banda con una historia más que curiosa: veinte años como grupo, con cambios constantes en la formación, hasta que en 2018 deciden entrar a grabar y publican, cuatro años después, su álbum. El jefe de esta casa, como en otras ocasiones, me alertó acerca de este lanzamiento: «Ya sabes: si no te gusta no tienes que hacer la reseña». La existencia de estas líneas confirma que el Jefe tenía razón.
Dr, Hyde tiene como referente inmediato y evidente los títulos de los álbumes de los primeros años y las primeras bandas del heavy metal. Ahí están los discos inaugurales de Iron Maiden, las primeras canciones de Saxon, Scorpions, Judas Priest o Y & T además de nombres patrios como Ángeles Del Infierno.
Veinte años son muchos para pulir y arreglar canciones, y eso es algo evidente en cada una de las doce que componen Invencible. Han logrado no solo que el álbum haya conseguido nutrirse de las formas y estructuras de esos comienzos del género, sino que se han apoderado de su espíritu llegando a tocar la esencia de aquellos años, incluido algo tan característico como la irresistible ingenuidad y la palpable ilusión que aún hoy se perciben en las obras de la época. Eso, en mi opinión, es de un mérito tremendo. Por otro lado es posible que también se note la falta de actuaciones en directo, pues las canciones son, en general, excesivamente largas: casi todas pasan de los cinco minutos y varias de ellas alcanzan los seis. Unos cuantos bolos podrían, quizás, haber evidenciado que recortar algunos tiempos les habría beneficiado. Del mismo modo, ciertos solos de guitarra no terminan de cuajar, resultando en algunas ocasiones confusos o desorientados, aunque las armonías de guitarras funcionan de maravilla, incluidas las acertadas secciones finales de los solos. A cambio las canciones, como decía, están más que trabajadas, asimiladas, con un control total de las dinámicas, la intensidad, los detalles… algo para lo que tantos años de local dan de sobra. Creo que eso es lo que hace de esta publicación algo especial: no hay artificio, no hay precipitación, ni dudas; hay honestidad, humildad y trabajo bien hecho. Y una dedicación absoluta a lo que se ama. Son esas finas percepciones las que diferencian unos trabajos de otros.
Las guitarras rítmicas de Carlos Cabanes son puro músculo, potentes y con ese toque melódico que le permite unas veces virar hacia el metal y otras hacia el hard rock. Uno de los puntos atractivos del conjunto. Estrella Basurto hace brillar a su bajo en varios momentos aprovechando el espacio que le ofrece la estructura de la canción. Por su parte, Óscar González «Mendo» construye una base rítmica tan sólida como dinámica y nos recuerda las virtudes de la asunción de su cometido, para lo cual no es necesario intentar destacar; su trabajo se puede disfrutar a poco que uno preste atención. ¿Y qué hay del cantante? Éste suele ser el componente más débil en estas formaciones, sin embargo Imanol Orozco nos empuja a la nostalgia de los cantantes heavy de los ochenta, con unos agudos muy bien dosificados que consiguen que uno, sin darse cuenta, se deje la garganta intentando imitarlo mientras conduce por la carretera ―muchos discos se enfrentan a la prueba de fuego cuando suenan a toda leche en el coche; éste la pasó sin inmutarse―. Quizás doblar la voz en muchas canciones lo haga algo repetitivo aunque termina estableciéndose como un rasgo de estilo.
Además de que se han tomado la molestia de cuidar la presentación del CD, canciones buenas y potentes hay de sobra. Es un disco que termina apoderándose del tiempo que uno dedica a escuchar música, porque sin duda es un buen disco. Combina las composiciones empujadas por los ritmos marcados por el límite de velocidad impuesto por «Freewheel burning» («Lágrimas en la oscuridad») con la contundencia pesada de las guitarras gordas que nos propone «Dr. Hyde». En «Demasiado tarde» le roban el final a los primerizos Iron Maiden y parecen tener en mente a Goliath cuando atacan con «Drakkar». Aunque uno de los momentos imprescindibles del conjunto es «Al rojo vivo», un cuidadísimo y auténtico homenaje a Barón Rojo tanto en la arquitectura de la canción como los detalles o las irresistible guitarras…, una gozada. Hay otro que es «Instinto animal», con clarísimos guiños a «The zoo» de Scorpions.
El caso es que este trabajo de Dr. Hyde se transforma en un disco valioso a poco que se le den dos vueltas. Un álbum que seguramente sea un fijo de los de retomar de vez en cuando por conseguir atrapar el extracto de un tiempo con su modestia, su buen trabajo y sus canciones cocidas a fuego lento.
DR. HYDE:
IMANOL OROZCO: Cantante
CARLOS CABANES: Guitarra rítmica
ESTRELLA BASURTO: Bajo y teclados
ÓSCAR GONZÁLEZ «MENDO»: Batería
RAFA MORAL: Guitarra solista
JAGOBA DÁVILA: Bajo