Anaquel

Dos cierres, dos finales, dos cumbres:

Dos cierres, dos finales, dos cumbres:

TALISMAN «Life» (1995). SHY «Unfinished Business» (2002).

Por José Ramón González.

 

A veces es la cantidad de luz que entra por las ventanas a esa hora de la mañana, la temperatura a esa hora del día, el ánimo con el que se ha levantado uno los que impulsan al aficionado a la música a decantarse por uno u otro disco para llenar de música la mañana; otras veces es una melodía que brota en el interior de los recuerdos desde el espacio en el que los sueños empiezan a desvanecerse. No suele ser una decisión trivial. Cuando no se acierta con la elección que se ha hecho algo parece no encajar, se produce una disonancia que torna extraño el ambiente, el ánimo se rebulle y el día parece que se deforma, que no encaja en el universo personal.

Sé que ahora hay programas informáticos que ayudan a las máquinas a pensar para que elijan por nosotros, que toman esas decisiones «facilitándonos» la incómoda y fastidiosa tarea de decidir. No se me ocurre nada más fastidioso que no ser yo el que haga esas elecciones. Para aquellos que practicamos esto tan complicado de decidir y rechazamos la inapreciable ayuda de las máquinas que podrían hacerlo por nosotros, que no necesitamos encender un ordenador ―y menos aún una pantalla― para que la música empiece a llenar el espacio, que cogemos un cd o un álbum de vinilo para reconocer en su portada la música antes de que suene, la elección no es una carga, es algo que está cargado de emoción, de un atractiva intriga cuando nos ponemos delante de nuestra colección de discos y pasamos la vista por los nombres ordenados alfabéticamente, o por otros criterios. Al leer los nombres de los grupos creemos ya escuchar su música y con eso ya es posible intuir si el disco será el apropiado o no. Incluso en el momento de duda, extraer el disco del estante y contemplar la portada ayuda a decidir. Sí, es evidente que hay un componente romántico en ello, pero también es una forma de estar en el mundo.

En una mañana madrugadoramente soleada de julio, un sábado aún razonablemente silencioso pero con los rayos del sol amenazando en las ventanas al termómetro, en mi cabeza retumbaba la batería de Jamie Borger de entrada a «Tears in the sky» de Life (1995), el quinto álbum de Talisman, la excelente banda de Marcel Jacob y Jeff Scott Soto. Puse el cd para disfrutar cómo, tras esa batería, explota en tromba la canción, como una tormenta: bajo, guitarra y voz, con cortes en un ritmo endiablado que semejan truenos y relámpagos. La inmensa canción de la inmensa y añorada banda confirmaba lo acertado de la elección.

Hay dos versiones de mezclas de este disco. Una primera, la japonesa, tiene las canciones con los cortes de forma tradicional y, además de que llevan un orden diferente ―excepto la que abre el álbum― y sus correspondientes bonus tracks, alguna tiene una duración algo mayor. Como me contaba Jeff Scott Soto en una entrevista hace ocho años publicada y almacenada en un sótano perdido en la inmensidad de la red, esa primera mezcla no les gustaba nada pero tenían comprometida la entrega con la compañía japonesa Zero, por lo que se hizo de modo precipitado. La mezcla la había hecho Mats Lindfors en los estudios Stocksund. Según el propio Soto, Empire, su compañía en Europa, no quería que la banda quedase decepcionada y le ofreció la posibilidad de remezclarlo. A Jacob se le ocurrió, inspirado por Prince, fundir algunas canciones con otras y así impedir que los aficionados se saltasen alguna de ellas obligándoles a darles una oportunidad. Esa mezcla la llevó a cabo el mismo Lindfors en los estudios Cosmos. Así, al introducir el CD en el reproductor, de las diez canciones que aparecen en la contraportada del disco éste sólo reconoce ocho.

Aunque es muy interesante escuchar la mezcla de la versión japonesa nos quedamos con la preferida por la banda. El álbum es una de las obras mayores de Talisman, más rockero y menos experimental que los anteriores Humanimal y Humanimal Part 2, más contundente y enérgico y con toda la entrega y el riesgo que asumía la banda para incorporar secciones de otros estilos y géneros. Ya sabemos que, además de aficionados, los músicos de Talisman eran excelentes ejecutores de versiones. Life incluye la conocida canción de Seal, «Crazy», que va fundida con «Tears in the sky». En el álbum encontramos la desenfrenada «Body» junto a joyas inmarcesibles como «Soul to soul», una de esas canciones que ensanchan las fronteras de los gustos musicales. Life es un álbum luminoso, repleto de energía, fresco y complejo, con esa personalidad inconfundible de Talisman y con la riqueza de multitud de influencias a las que la guitarra de Fredrik Akesson se adapta sin aparente límite.

El aficionado que ha elegido un disco determinado para comenzar su día se enfrenta a otras decisiones igual de importantes. La siguiente a la elección anterior es la lógica y ahora qué. Del mismo modo que ocurre con la anterior, la elección no es baladí. A unas canciones les siguen otras de algún modo, pero no aleatoriamente. En la película de Stephen Frears Alta fidelidad, basada en la novela de Nick Hornby ―ambas altamente recomendables para los aficionados a la música―, su protagonista explica cómo al hacer una recopilación de canciones no se puede poner una detrás de otra y ya está. Hay que escuchar la canción, y esa llama a la siguiente que encaja de algún modo misterioso pero también armónico. Con los discos creo que pasa algo parecido. Cuando dejó de sonar Life, de un modo casi intuitivo fui a buscar Unfinished business (2002) de los británicos Shy, otra de las grandes bandas del rock melódico e igualmente imprescindible. Su carrera arrastró siempre el éxito de Excess all areas (1987). La banda británica ha alcanzado con el tiempo un estatus de respeto mayor del que gozaba en su momento, especialmente gracias a sus tres últimas obras publicadas, de mayor madurez, más elaboradas y ricas. Unfinished business fue el disco que reunió a la banda casi al completo desde el desastre en la producción de Roy Thomas Baker con Misspent youth en 1990. El grupo, en particular Steve Harris, Tony Mills y Roy Davis, buscaba desde hacía tiempo la oportunidad de reunirse para hacer un buen álbum de regreso, uno que estuviera a la altura de Excess all areas, y lo consiguieron, porque posiblemente Unfinished business sea mejor. La demora en la grabación del disco ―dos años frente a los seis meses que se estimaron― a causa de problemas con la disponibilidad del estudio y a que los miembros de la banda no trabajaban entonces como músicos profesionales ―grababan sólo por las tardes y los fines de semana―, provocó que se lanzara en 2001 a modo de adelanto un EP que incluía mezclas diferentes a las que llevarían definitivamente en el álbum las canciones «Breakaway» y «No other way», más unas sorprendentemente maravillosas versiones acústicas de «Emergency», «Reflections» y «Young heart».

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El disco, publicado un año después, muestra a una banda en el control total de su material con una madurez envidiable, si bien es cierto que el tiempo ha hecho mella, también consecuencia de la madurez, y las creaciones de sonidos cristalinos, los estribillos fácilmente pegadizos y la inclinación a lo que llamamos habitualmente comercialidad ―cómo no adjudicarle el adjetivo a Excess all areas― han quedado difuminados bajo un velo de melancolía. En Unfinished business las canciones parecen preñadas y paridas en un ambiente así, melancólico, ya sean composiciones rápidas como «Breakaway» o aparentemente vitalistas como «Skydiving». El álbum es excelente en su estilo, rebosante de profundidad, transmite la clara sensación de que la banda buscaba hacer lo mejor que pudiera. Ya no estaban en el negocio, no había presión, sólo la personal, la que exigía la autoestima y la satisfacción propia.

Las relaciones entre unos discos y otros no siempre son caprichosas, aunque tampoco son invariables; seguramente no depende completamente de lo que hay en ellos sino de la percepción que tenemos con respecto a su contenido en cada momento de nuestra vida. Sin duda hay relaciones duraderas ―quién no ha tenido el impulso irreprimible de pinchar a Europe después de escuchar los discos de la década de los ochenta de Bon Jovi o a la inversa; del mismo modo que por efecto compensatorio es necesario poner cualquier cosa anterior de Bon Jovi después de escuchar sus trabajos más recientes― que están marcadas por nuestras preferencias o por la vinculación de esas obras al tiempo en el que fueron creadas o en el que nosotros entramos en contacto con ellas, momentos como esos en los que sacamos para pinchar el arsenal de nuestras bandas favoritas y aquello parece imparable. Sin embargo otras veces el impulso sí es más caprichoso, creamos eslabones asociados a una experiencia concreta o al espíritu que nos tienta a escuchar algo sin saber por qué.

Talisman y Shy no tienen una relación particular más allá de las musicalmente obvias, aunque sus estilos no coinciden completamente. En cambio en mi experiencia sí que comparten cosas. Ambas obras dejan para el final una canción que considero de las más logradas de su carrera. Life se cierra con «So long», una composición de altura, de una intensidad enorme, emocionante y sincera, desesperada y crepuscular. Esa canción enlaza de manera natural con el tono de Unfinished business, el cual termina con «No other way», una canción que comparte con «So long» la temática de la pérdida, el alto nivel compositivo y, bajo una engañosa animación, ese tono melancólico del que he hablado. Esas dos canciones se unen en mi cabeza inevitablemente y arrastran a los dos álbumes al completo. Dos cierres, dos finales, dos cumbres.

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