Jóvenes prodigiosos.
Por José Ramón González.
Foto: Mads Noyé.
En más de una ocasión durante los últimos tres años me he acordado de estos chicos daneses que publicaron un excelente disco de AOR en 2020 inspirado por los maestros superclase del estilo de los setenta y ochenta. Su The Great discovery era una maravillosa muestra de insolencia juvenil por parte de unos muchachos que casi no habían dispuesto del tiempo necesario para escuchar y asimilar tanta música como evidenciaban en su debut. Allí no había muestra alguna de la precipitación de la juventud, de la inmadurez propia de la edad, de la querencia por la intensidad ruidosa asociada a la rabia y la velocidad del vivir deprisa. Al contrario, su álbum era una delicia del arte de la contemplación, del dominio del tempo, de la capacidad para encontrar el espacio que oxigena la música. Eran jóvenes haciendo música que sus mayores ya casi han olvidado cómo se hace.
Y en más de una ocasión he temido que Boys from heaven hubieran subido de vuelta al lugar del que llegaron, curándose del escozor causado por una probable poca repercusión de su música a nivel popular a pesar de que recibieron unánimes alabanzas por parte de la crítica especializada. He puesto una y otra vez ese disco, que ya desde que nació pertenecía indiscutiblemente al pasado y que por unos instantes formó parte del presente para recordarnos que la música hecha con conocimiento, buen gusto e inteligencia es universal, inmortal, eterna.
Pero entonces, tres años después, Target nos alegra el correo con el anuncio del nuevo disco de la banda, mezclado y masterizado además por Erik Mårtensson, cosa que en el fondo me importa menos porque sé que los chicos de la banda se encargan de la grabación dedicándole el tiempo necesario, pero que, una vez escuchado el disco, hay que reconocer que ha hecho un estupendo trabajo. Boys from heaven no han cumplido más que con lo que se podría esperar de ellos tras lo escuchado en su primera entrega: hacerlo aún mejor. Ha habido algún cambio en la banda: el guitarrista Esben Christensen ha desaparecido de la foto y el anterior bajista ha sido sustituido por Morten Bille. Por lo demás el single de adelanto, «Sailing on», confirma que la banda ha depurado su sonido, ha pulido los detalles, ha profundizado en los recovecos del sonido AOR de las bandas más finas de la historia y ha añadido más calidad, más gracia, más inteligencia, además de clase y, especialmente buen gusto, y a toneladas, tanto que parece que les sobra, un valor que está desterrado en la actualidad sustituido por ruidos amalgamados y repetitivos ―uno llega a pensar que es siempre la misma canción la que suena cuando pasan los coches con el bum-bum reventando las lunas―, multicopiados de unas «canciones» a otras, y voces gangosas que cuanto más desde el fondo de la lata de conservas suena más éxito parecen tener: Y podrá gustar o no, pero el buen gusto está. Y su música podrá parecer pasada de moda, pero qué es la moda sino algo que está condenado a pasar. Y será algo que interesa a pocos: pues nada, así vemos más cómodos los conciertos (si en algún hipotético, quimérico caso se diese). Qué extraño le debe de parecer a tanta gente que haya músicos (esto ya debe de ser suficientemente misterioso para muchos de los que «componen» canciones dándole a tres botones) que hagan la música que les apetece, que tengan la convicción y la fe en su talento haciendo algo sin importar a quién le va a gustar ni buscando «ser famosos». Y lo más alucinante: que creen canciones después de haber escuchado música, mucha música. Que sientan lo que no se puede fabricar artificialmente: pasión.
El segundo adelanto es «Sarah», con videoclip incluido, extraído de la vena de «Suzanne» de Journey, en la que sujetan la canción para que no descarrile con algún arranque inoportuno de algún recurso fácil, dotándola de intensidad a través de la propia naturaleza de la misma, dejándose llevar por ella.
Y está Toto alrededor y dentro, la referencia más fácilmente apreciable («Circles» por citar una en concreto, a lo «St. George and the dragon»), y tratada con tanto respeto que no se les ocurre algo tan elemental como limitarse a intentar copiarlos para que los oyentes exclamen atraídos «¡cómo se parecen a Toto!». Además de tener en la recámara la referencia de muchas canciones del Tiffany’s de las bandas sonoras (ellos citan directamente a Kenny Loggins).
Qué sensación tan placentera, por tanto, resulta de escuchar a Boys from heaven, sobre todo después de haberlos dado imprudentemente por desaparecidos. Con qué sabiduría combinan las dinámicas para arrancar una aceleración del pulso, qué astutamente introducen ritmos que anuncian un gran estribillo, con qué magistral intuición trazan curvas melódicas que traen el pasado al presente y parecen estar creadas en el mismo momento en el que las escuchamos, sin premeditación, y con qué clase elaboran las armonías de las voces para construir coros sugerentes sin estridencias. Escuchando The descendant se aprecia sin rastro de duda el cuidado que le han dado a cada pequeño detalle, espacio en el que se marcan las grandes diferencias.
Ahora que sufrimos la ausencia de lo que se llama relevo generacional, motivo por el que muchos buscan el arrullo infalible de la música del pasado ―concretamente la del pasado de cada uno― sería fabuloso que les dieran una oportunidad a las nuevas bandas, que las hay en cantidad, que son herederas de los mismos músicos que admiran y con los que disfrutan. Y como en el caso de Boys from heaven, lo hacen excepcionalmente.
Al álbum podría ponérsele el inconveniente de su duración, solamente algo más de treinta minutos repartidos en ocho canciones. Después de escuchar la tremenda última composición «Too far gone» es inevitable desear más; pero es que hay más, más en cada una de las canciones, detalles brillantes, además de un innegable sentido de la coherencia al haber creado una obra de arte como es The descendant: no hacer más por hacer con el riesgo de romper el sentido del conjunto. El deseo de escuchar más se soluciona fácilmente: volver a empezar. Este disco tiene mucho que aprovechar y descubrir, contiene la virtud mágica de la música que no cansa, que se vuelve a disfrutar en cada escucha, que se renueva al volver a pincharla. Algo que sólo consiguen los maestros… y estos jovencitos celestiales.
BOYS FROM HEAVEN:
MADS NOYÉ: Teclista
MADS SCHAUMANN: Guitarra, voces
SØREN VIIG MATIESEN: Batería
CHRIS CATTON: Cantante
JONAS KLINTSTÖRM LARSEN: Saxofón
MORTEN BILLE: Bajo