Hay canciones que vivirán por siempre.
Por José Ramón González.
Intensa, entregada, dramática, emocionante, estremecedora. Única. Beth Hart ha dejado pasar cinco años desde aquel exquisito War in my mind (2019) para entregarnos material nuevo, este You still got me, un álbum más rockero en el más amplio sentido del género, y al mismo tiempo rico, complejo y variado. Se aleja del recogimiento íntimo del anterior trabajo en el aspecto tonal pero no abandona un compromiso con la creación artística tan pegada a su ser que resulta indisociable de su propia vida. No creo que haya una Beth Hart distinta de la Beth Hart que se muestra en su música. Su música es ella, no tengo duda. Y si no es así, lo hace tan bien que no me avergonzaría estar equivocado. Todo envuelto en una cálida producción de Kevin Shirley en la cual las escuchas van revelando minúsculos detalles que completan un álbum mayúsculo.
En esa variedad de estilos y géneros que maneja la artista de manera tan natural está también la hermosa contradicción de los gustos. Probablemente yo no tendría interés en escuchar algunas de las canciones que están incluidas en You still got me si no las cantara ella. Sin embargo, al contrario, no sólo me complacen, sino que me entusiasman. Es por ese motivo por el que cuando escucho un disco de Beth Hart me cuesta salir de él. Es como si percibiera que hay un modo de experimentar las emociones distinto al que conozco y reconozco como míos. Y eso me gusta, porque me conmociona, y quizás porque me conmociona me gusta. Y me quedo ahí una larga temporada hasta que consigo recuperarme y volver al mundo en el que ella no lo domina todo. Porque su intensidad voluptuosa exige todo del otro, al igual que ella lo ofrece todo de sí misma. Contemplando el sonido de esta obra de arte es imposible no quedarse extasiado.
El comienzo del disco es portentoso. Hart elige arrancar su obra con dos invitados: Slash la acompaña en el blues rock «Savior with a razor» y Eric Gales lo hace en «Sugar n my bowl», en la que extrae inesperadamente de las tierras que uno sospecha transidas, melodías que atrapan, sorprenden y dejan sin aliento. Después se sacude las manos y empieza el espectáculo: de un empujón nos introduce en un cabaret para advertirnos «Never underestimate a gal», una canción que podría —o debería— formar parte de cualquier musical de tipo burlesque que quisiera presumir de grandes canciones en su espectáculo. En la primera de las composiciones a piano que nos regala, «Drunk on Valentine», consigue despegar el vello que se había quedado seco y adherido a la piel después de sudar en el cabaret. De repente, al poco de arrancar la canción, aparece una melodía celestial, extraterrestre, que consigue sacudirnos de placer. Se unen la trompeta y la base rítmica en una construcción fabulosa, mágica. De ahí nos marchamos a la Norteamérica de raíces con Beth y Glen Burtnik, que se unen para componer juntos la country «Wanna be big bad Johnny Cash». No soy seguidor ni aficionado al country. Sí lo soy a esta canción.
Si lo que contiene You still got me hasta este momento es pura delicia, a partir de aquí y hasta el final cada composición parecería extraída de la vena del oro, que diría el poeta en el canónico soneto. La invitación a continuar llega en modo de canción de categoría con envoltura de hit single. «Wonderful world» —bonita, pegadiza, tierna— marcaría la línea que uno debe decidir si quiere traspasar, porque lo que llega a continuación no es apto para espíritus delicados. Esas seis canciones previas me bastarían para calificar este álbum de grandioso, por eso el resto me parece un regalo además de una creación magistral de belleza apabullante.
«Little heartbreak girl» es una balada con mucha clase que recoge la tradición de las muchas fuentes de las que bebe la Hart, con unos coros de tipo góspel que se van intensificando en la parte final hasta transformar una canción que podría caer en el estereotipo en algo singular y diferente. «Don’t call the police» parece extraída de El fantasma de la ópera, una composición muy teatral, dramática, con elementos del musical de Broadway en la que Beth Hart se expande como una ola que lo inunda todo con una fuerza que diríase inagotable y que no encuentra límites. La misma grandeza y generosidad muestra en «You still got me»; no hay frase, palabra, sílaba que no esté articulada con la mayor de las pasiones y compromiso. Es una conmovedora, profundamente emocionante, hermosísima canción de amor (There are sweet songs that will live on and on / if you let me in, if you ask me to). En creaciones como «You still got me» está la vida. En canciones como ésta a Beth Hart le va la vida.
En un quiebro casi brutal encadena (no es una contradicción) la anterior con la tensa «Pimp like that» —que tampoco suelta el hilo que se empezó a desovillar en «Don’t call the police»—. Aquí hay secciones que nos remiten, cargadas de alto voltaje, a la gran canción norteamericana. Cuando uno está absolutamente desorientado de la paliza emocional que ha, placenteramente, vivido, Hart suelta otro artefacto brutal en el que suelta libremente toda la sabiduría heredada de decenios de historia musical. Dejo para descubrimiento individual «Machine gun vibrato».
Todo lo dicho hasta ahora no le hace justicia a You still got me, lo sé, a pesar de haber intentado ser lo más hiperbólico posible para tratar de acercarme a sus dimensiones, por lo que estas líneas sólo pueden aspirar a invitar, incitar, animar a que quien no lo haría por sí mismo se zambulla en el mundo de Beth Hart. Da igual que lo haga de golpe (aunque no es lo recomendable) o metiendo primero los piececitos para adaptarse. Eso sí, para impregnarse adecuadamente de la música de esta artista no son recomendables los manguitos. Hay que entregarse sin miedo, como lo hace ella.
BETH HART: Cantante, piano
KEVIN MCKENDREE: Teclado, órgano
DOUG LANCIO, RANDY FLOWERS: Guitarra
STEVE MACKEY: Bajo
GREG MORROW: Batería, percusión
DEVONNE FOWLKES, KIM FLEMING: Coros
ANDREW CAGNEY: Trompeta
JIM HOKE: Saxofón
JEFF BOVA: Arreglos de cuerda