De lo espiritual en el cine.
Por José Ramón González.
Estamos en los años cincuenta. Hay un señor en Hollywood que tiene como misión solucionar los problemas en los que se meten actores con inclinación a las fiestas más salvajes, actrices con múltiples relaciones -y alguna consecuencia-, directores que no hacen carrera -en ningún sentido- de los intérpretes a los que no les pueden arrancar un mínimo de naturalidad en sus papeles…; una especie de Señor Lobo, sin charcutería.
En ¡Ave, César!, ese hombre se llama Eddie Mannix, un hombre con una alta capacidad de resolución y un enorme respeto por la profesión que desempeña. La nueva película de Joel y Ethan Coen es una comedia divertida, mucho a ratos, pero como casi siempre plagada de un humor muy ácido. Y está empapada de una espiritualidad también extraña. La primera imagen de la película es la de un confesionario en la que un hombre se arrepiente de un pecado que tiene poco de maligno, pero revela el carácter del personaje: alguien que no quiere fallar a las personas que le importan. Para la mayoría, lo que confiesa no es un pecado; para Eddie Mannix sí lo es.
Mannix, un fantástico Josh Brolin, mira su reloj constantemente, tiene que estar en muchos sitios y solucionar muchos asuntos: un actor muy popular ha sido secuestrado (George Clooney), una actriz a lo Esther Williams (Scarlett Johansson) se ha quedado embarazada de casi está segura quién, una actor especializado en hacer de cowboy (Alden Ehrenreich) tiene que intentar interpretar a un galán en un drama de época y termina desesperando al director (Ralph Fiennes) en una de las secuencias más descacharrantes del filme… Pero Mannix no pierde la fe, y tiene soluciones para todo.
Porque lo que hace Mannix no es otra cosa que un acto de fe. Lo paradójico del planteamiento de los Coen es que Mannix es el único que cree en el cine, el único que siente un mínimo respeto por esa fábrica de ilusiones y fantasías, más que los actores, actrices, directores y demás implicados en el proceso creativo. Eso queda reflejado en la parte final de la película con Mannix ante las cruces de pega de la película de romanos y el diálogo con el actor que ha de interpretar el momento cumbre (también un acto de fe) de la película que están rodando. Esas cruces de cartón piedra que son símbolo religioso de la fe de Mannix en el cine, el lado luminoso de Barton Fink.
Igualmente reveladora es la escena de la reunión con los principales representantes de las órdenes religiosas -otra de las mejores secuencias de la película-, unos personajes que defienden su creencia en lo inexplicable pero que ponen pegas a una escena de la película… por poco creíble.
La película falla en las transiciones, el paso de unas escenas a otras adolece de falta de cohesión, con lo que tenemos la sensación de estar presenciando secuencias sueltas. Aun así, ¡Ave, César! tiene efectos secundarios. La película crece con acción retardada y empieza a gustar más según van pasando los días. Hay que tener fe.
Intérpretes:
Josh Brolin
George Clooney
Alden Ehrenreich
Ralph Fiennes
Jonah Hill
Scarlett Johanson
Frances McDormand
Channing Tatum
Guión:
Joel y Ethan Coen
Música:
Carter Burwell
Fotografía:
Robert A. Deakins