30 años del mejor Heavy Metal de la historia. Episodio I.
Por José Ramón González.
En el año 2015 celebraban 30 años de historia. 16 álbumes, grandiosos muchos de ellos, que suponen todo un monumento a la mejor música, casi desconocida por este lado del planeta, pues Anthem es una banda japonesa y exceptuando Loudness, que consiguieron ser aceptados en este “privilegiado” lado del mundo, el resto casi no ha llegado (Sabbrabells, Terra Rosa, Blindman) o lo ha hecho a través de canciones de cierto éxito en un momento concreto (Vow Wow o Earthshaker), y casi nada más. A veces sorprende que la lengua en la que canta determinada banda o artista condicione su popularidad cuando hablamos de música, eso que llaman ‘idioma universal’. Y menos problema debería suponer en nuestro país que una banda cante en japonés, pues llevamos cantando toda la vida en el idioma de Kurosawa todas las canciones inglesas y norteamericanas.
Estos japoneses podrían codearse sin complejos con las más intocables bandas de hard rock y heavy metal de mediados de los ochenta hasta ahora. Incluso me atrevo a asegurar que su calidad, trayectoria y coherencia los ponen por encima de algunos nombres indiscutibles e irrenunciables. Pocas bandas tienen la carrera de Anthem, pocas pueden presumir de haber firmado clásicos para publicar varios recopilatorios, y muy pocas son las que permanecen en activo al nivel de éstos, una altura que hace crujir las cervicales a cualquiera que quiera mirar desde el abismo que hay debajo de ellos.
Si, como decía, el idioma supone un obstáculo, la música no lo es, y la de Anthem es de tal excelencia que puede empujar a cualquier interesado a superarlo y disfrutar de ella, y si alguien necesita algo reconocible en el aspecto lingüístico puede agarrarse a los estribillos, cantados en inglés, además de algunos versos sueltos.
El cuarteto está liderado por su bajista y compositor Naoto Shibata, un auténtico genio de la composición y excelente músico cuya aportación con su instrumento es una absoluta gozada. Dos guitarristas –Hiroya Fukuda en los primeros años, y Akio Shimizu después– y dos cantantes –Eizo Sakamoto y Yukio Morikawa, que han ido y han vuelto– se han alternado a lo largo de la historia de la banda, y hasta tres baterías, todos magníficos, han conseguido dar a la trayectoria del grupo una coherencia asombrosa.
Sus composiciones combinan inteligentemente un innegable clasicismo con el sonido contemporáneo al mismo tiempo que las melodías orientales se enredan en una propuesta musical universal, que terminan singularizándola y la hacen irresistible. Asimismo mezclan la potencia salvaje del rock más contundente con unas melodías que vaya usted a saber de dónde sacan, pues dejan al oyente deslumbrado independientemente de que haya escuchado las canciones una o cien veces. Por otro lado, estructuran sus canciones sobre un presupuesto de exigencia que intensifica el efecto de las composiciones: el estribillo no suele entrar hasta la segunda vuelta; a su vez éste suele llevar un pre-estribillo que el oyente no percibe como tal, por lo que cuando el verdadero estribillo llega el efecto es impactante; y el solo de guitarra entra a veces muy pronto, tras la primera entrada del estribillo, con lo que ganan en intensidad y mantienen al receptor cogido sin respiración. Una vez situados en ese trampolín emocional suelen incluir un puente antes del solo de guitarra en un salto muy melódico. Con ello, cuando uno cree que ha llegado al momento álgido de la canción y se encuentra con esto, la emoción es inevitable. Para ello se requiere, como decía, un nivel de exigencia muy alto que les lleva a no dar nunca una canción por perdida.
Si a todo esto le añadimos el magnífico nivel técnico de todos los músicos, el resultado no puede ser otro que el que anunciaba: una de las mejores bandas de rock de los últimos treinta años cuya discografía resulta apasionante.
Pero empecemos por el principio. Su primer álbum se publicó en el año 1985, de título homónimo. Llegó a ser distribuido por Roadrunner al año siguiente. Es un disco que suena clásico y que aún a día de hoy mantiene el tipo formidablemente. No en vano contiene algunos clásicos imprescindibles de la banda. Se mantiene tan bien que recientemente han vuelto a grabar el álbum entero para la publicación de su vídeo Blazing faith – Revisited, y aquello suena a gloria. Allí se encuentra una de sus canciones icónicas que suele cerrar frecuentemente sus espectáculos, “Wild Anthem”, su “Queen of the Reich”. En esa canción ya se encuentran todos los rasgos compositivos que comentaba antes: una guitarra clásica sobre la que se acomoda una melodía de aires orientales, un pre-estribillo estupendo y la llegada del estribillo con coros e inmediatamente el solo, un ejercicio instrumental fantástico en varias secciones que sorprende para un primer disco. Éste álbum de 1985 no da la sensación de ser el primero de una banda por el nivel que muestra.
Quizás el primitivismo sea más reconocible en las canciones más rápidas, composiciones más apegadas a su época, a las que son aficionados y que poco a poco han ido puliendo, aunque sean igualmente disfrutables: ahí estarían “Red light fever” o “Racing rock”, en cambio, otras del estilo son más atractivas, como “Steeler” o “Warning action!”, canción que tiene con “Fast as a shark” de Accept más que una deuda. De hecho, el sonido de estos primeros discos de Anthem tiene en muchos aspectos mucho en común con el sonido de la banda alemana. Escuchemos si no ese temazo titulado “Lay down”, de guitarras pesadas y melodía vocal con coros masculinos sin armonías. Otra de las joyas del disco es la canción que abría la segunda cara, “Turn back to the night”, muy bien construida, con una línea vocal muy melódica, un estribillo magnífico y unas transiciones instrumentales que suenan espontáneas y naturales.
Este primer disco puede figurar junto a esas primeras obras sorprendentes de otras bandas de la década de los ochenta que se siguen escuchando con gusto.
El segundo álbum (habían publicado un EP unos meses antes con dos canciones nuevas y versiones en inglés de tres de su primer trabajo), definitivo para comprobar hasta qué punto la banda iba lanzada, se editó menos de un año después. Su título fue Tightrope, clara referencia a cómo se la juegan los grupos con su segundo disco. La portada es una gozada. En éste alcanzan en varias de las composiciones una sofisticación muy poco habitual en un segundo trabajo, a pesar de que comienza con una canción muy rápida. Pero ya en la segunda aparece una maravilla titulada “Night after night” llena de épica, melodías irresistibles y un estribillo acompañado de unos arpegios de los que se quedan grabados y no se olvidan. El final lleva unos coros maravillosos, detalle magistral, que la dejan flotando en las alturas. Esta canción podría estar cantada en suajili que lo mismo daría, porque es magnífica.
Se cerraba la primera cara del disco con otra excelente canción, “Tightrope dancer” en la que no hay que perder de vista la guitarra rítmica de Fukuda que hace un trabajo sensacional. La construcción de toda la canción es soberbia, de una intensidad creciente. Y aunque la segunda cara arranca con una aceleradísima “Driving wire”, “Finger’s on the trigger” vuelve a ofrecer una canción estupenda, contundente en su ejecución, adornada por unos esquizofrénicos gritos de Sakamoto. En “Light it up” se arriesgan con una construcción más original y consiguen sacar adelante una pequeña alhaja en la que brillan las melodías. Cierran el disco, de sólo ocho canciones, con “Black eyed tough”, una canción rápida aunque menos acelerada, muy potente que le da al álbum un final contundente.
Estos dos trabajos sirvieron de trampolín para lo que sería su disco de confirmación, Bound to break (1987), que está marcado por el fichaje del productor Chris Tsangarides (los dos anteriores se los habían producido ellos mismos). Tsangarides ya había trabajado para Judas Priest, Tygers of Pan-Tang o Gary Moore entre varios otros. Éste va a aportar limpieza al sonido, contundencia y cuerpo. No hay más que escuchar el fantástico tema con el que abren el disco, que le da título: dinámica, alegre y contagiosa, y con el pre-estribillo maravilloso de sus composiciones. Se observa el trabajo de Tsangarides en la primera canción rápida del disco, la segunda, “Empty eyes”, a lo Judas Priest, que no es tan machacona como anteriormente ni resulta tan confusa, mucho más contenida y pulida aunque sin perder la esencia y el estilo que la banda había mostrado en los anteriores discos. El solo en esta canción busca la comercialidad y la melodía. Esa comercialidad aparece en una de sus canciones más celebradas, cantada completamente en inglés, “Show must go on!”, muy al estilo Accept, con una contundente presencia del bajo. Lo mismo se podría decir de la carga épica de “Soldiers”, en la que sacrifican los rasgos más identificativos de su sonido. Muy a Accept suena también, con ese bajo potente, “Machine made dog”, cuyo estribillo se pega a la garganta durante días. Y después de un tema envidiable como “No more nights” aparece una de mis canciones favoritas, una de esas que hace que uno entienda qué es el heavy metal y no se avergüence de ello: “Headstrong”, envidia de cualquier grupo que cae en el ridículo o en la simpleza cuando intenta componer algo como esto. Brutal e incontestable.
Cierran el álbum con “Fire’n the sword”, cinco minutos de goce musical en el que todo parece salir solo, sin esfuerzo ni artificio, en la que están todas las claves de la banda, con presencia de melodías inesperadas que no se sabe dónde van a acabar y que extienden el placer de la escucha más allá de lo que estamos acostumbrados.
Este disco confirmaba la excelencia de la banda, tras el cual no había quien dudara de que había que estar muy pendientes de lo que harían en su siguiente álbum. Habían empezado alto y habían logrado mantener y elevar el nivel de sus composiciones. Eso se lo pone difícil a cualquiera pues cualquier resbalón o descuido se dejaría notar.
Pero Anthem, ya ha quedado claro, no son una banda cualquiera. A partir de aquí llega la trilogía fantástica, el salto mortal de la banda con tres obras de enorme altura y portentosa calidad con canciones que, aún hoy, nos llevan a preguntarnos cómo es posible que no arrasaran en medio mundo. La constatación de que no eran una rareza oriental, sino algo extraordinario.
A.K.U.
Me he quedado con ganas de más, Anthem son una pedazo banda que puede mirar directamente a los ojos a cualquier banda europea o americana de primera división metalera y competir con ellas sin complejo alguno.
Necesito más Joserra.
Como comento al principio, me has dejado con ganas de saber más de esta magnífica banda nipona porque aunque conozco su música no conozco los entresijos y avatares de su historia como banda.
Sólo espero que esto sea un aperitivo y que después vendrán más capítulos.
Saludos maestro.
Joserra
Gracias A.K.U.
Ésta es la primera parte.
S
En efecto, tiene todo para competir con bandas americanas con sus genialidades, justo a la altura de Sex Mschineguns y X Japan, lastima que solo se cierran al inglés muchas personas ~