Críticas Casco Antiguo

ALCATRAZZ «Dangerous Games» (Capitol Records, 1986)

ALCATRAZZ «Dangerous Games» (Capitol Records, 1986)

A la tercera fueron vencidos.

Por José Ramón González.

 

Tres discos. Tres guitarristas. Tres estilos. Demasiados cambios y agotadores esfuerzos para combatir la frustración y el cansancio acumulados y tratar de sobreponerse a la marcha de músicos de la talla de Yngwie Malmsteen y Steve Vai. Sin embargo, con ellos habían grabado dos álbumes monumentales, y esa era razón más que suficiente para hacer un nuevo intento por mantener la banda a flote, iniciar la búsqueda de un nuevo guitarrista y grabar un tercer disco.

La elección del nuevo músico estaba indiscutiblemente condicionada por la huella dejada por los dos anteriores. Quizás sin quererlo, Alcatrazz se había erigido en la banda reveladora de guitarristas deslumbrantes, pero también en la de los que se marchan a las primeras de cambio, por explosiones incendiarias de ego en el caso del sueco o porque recibieran ofertas irrechazables, como en el caso de Vai por parte de David Lee Roth. Por ello, y a pesar de sus dos magníficos álbumes, Alcatrazz no había conseguido posicionarse como un grupo lo suficientemente popular como para mantener a músicos que, a poco que destacaran, se los rifaban nombres de mayor peso en la industria. Con esa baza jugaba Capitol, su compañía, para presionar pues, como la propia banda, se había cansado de servir de trampolín a jóvenes virtuosos de las seis cuerdas que volaban hacia cumbres más altas impulsados por la plataforma que les proporcionaba el conjunto de Graham Bonnet y compañía. Así, Capitol instó al grupo a grabar un disco en el que hubiese hits. El estado anímico de la banda, sus resultados comerciales y la frustrada gira para Disturbing the peace no los situaba en una posición que les permitiese hacer valer sus objetivos, si es que los tenían. Así que a través de Wendy Dio, que se había convertido en la representante de la banda, se contactó con Danny Johnson, un músico de treinta años proveniente del blues rock que había tocado para Rod Stewart, Derringer o Alice Cooper, es decir, nada que ver con el perfil de los anteriores guitarristas. El propio Johnson dudaba de ser el candidato apropiado dado su estilo tan diferente, y eso que consideraba a Alcatrazz una de sus bandas de hard rock favoritas de la época. Por supuesto, en directo Danny Johnson ni intentaba reproducir los solos de sus dos compañeros en el cargo; no era su escuela. Y me parece una buena idea, pues en aquel momento Alcatrazz era ya una banda en busca de otro futuro aunque ingenuamente quisieran ir aligerando la presencia de su muy brillante pasado.

Así las cosas, los nuevos Alcatrazz de Johnson replanteaban sus ambiciones artísticas sacrificándolas, en este momento, a unos objetivos más comerciales, lo que se hace evidente en el sonido de su nuevo trabajo Dangerous games, título que, por cierto, refleja sin regateos el envite que habían hecho, o al que se habían visto obligados. Se acabó el hard rock, se acabaron las partes instrumentales y técnicas, adiós a la innovación y el riesgo. En Dangerous games el grupo apostó ―o más bien se entregó―, por un sonido de synth pop rock cuyos resultados no fueron los más deseados aunque, probablemente, sí los temidos. Era una apuesta perdida desde el principio. El público que había seguido al grupo hasta entonces desde luego que no esperaba esto, sino que la banda presentara a un nuevo genio salvaje de la guitarra. Aun así, hay aficionados que aseguran que este es su disco favorito de Alcatrazz ―también hay quien dice que prefiere Gladiator a Espartaco; no vamos a censurar los gustos de cada uno, por dudosos que sean―. Sobre lo que no hay duda es que a Dangerous games se le nota la falta de ambición, de fuerza, de ganas y, sobre todo, de confianza, aspectos que se hacen más evidentes en comparación con sus dos obras anteriores. Porque por sí mismo el tercer disco de la formación no es un mal trabajo, pero no aguanta medio minuto al lado de los otros dos.

Toda esa desorientación, sometimiento y falta de confianza se evidencian desde la canción que abre el trabajo, que no es otra cosa que una versión, hecho que certifica a la claras la poca fe en la nueva dirección del combo: «It’s my life», versión de The Animals, enturbia el arranque buscando a la desesperada el gancho comercial con un estribillo pegadizo pero bastardo. Esa función la habría desempeñado mucho mejor la segunda, «Undercover», cargada de sintetizadores ―Jimmy Waldo asume un peso muy específico en el disco― y sin mucho rastro de guitarra pero muy pegadiza y con un buen estribillo. Bonnet se amolda con facilidad al estilo apoyándose en sus antecedentes pop. Danny Johnson hace su primera pero breve aportación tras un corto pero bien construido puente. En «That ain’t nothing» el ritmo marcado por el sonido muy tratado de la batería se apropia de una composición en la que las voces y los coros facilitan la digestión de una no muy feliz creación que busca nuevamente el estribillo fácil y coreable. Algo parecido podríamos afirmar de «No imagination» aunque a un ritmo más animado, pero en esta ese sonido artificial de batería resulta incluso algo molesto. Afortunadamente está «Ohayo Tokyo» para cerrar la primera cara del álbum; compuesta por Bonnet y su esposa Jo Aime arrastra inevitablemente al oyente desde su arranque con unos coros sugerentes y unas melodías de voz logradas, un ritmo sencillo pero eficaz y un estribillo que hace un guiño al público nipón que tan bien había recibido siempre a la banda. Además nos despierta de la rutina recuperando al Graham Bonnet enérgico de los anteriores álbumes aunque el solo de Johnson sepa a poco.

Hacemos un acto de fe dando la vuelta al disco, y comprobamos que hemos hecho bien. Lo mejor del álbum está en este lado. Empezando por el título homónimo y compuesto en solitario por Danny Johnson. Es una composición estándar, pero interpretada con muy buen gusto, alternancia en el ritmo que beneficia a un estribillo pegadizo con coros pop; en ella, por primera vez, Johnson aporta algún detalle durante su desarrollo y cierre además de un solo de guitarra de nuevo algo interruptus a pesar del buen arranque del mismo. «Blue boar» gana al receptor con un acertado preestribillo que potencia el divertido estribillo salpicado de chulísimos coros. En el solo percibimos que parece que a Johnson le han dado unas coordenadas claras: no acumular muchas notas seguidas en el solo, cuyo desarrollo evoca a un caballo al que están tirando constantemente de las riendas.

El pegote viene después con otra injustificada versión, balada cursi, de The Marbles, banda en la que estaba Bonnet, y que está compuesta por los Bee Gees. Podemos prescindir de ella porque «Witchwood» está mucho mejor, ya que es otra canción lenta pero muchísimo más inspirada y cercana en algunos aspectos al estilo de Disturbing the peace. Probablemente sea una de las canciones más interesantes del disco, y podría haber sido mejor si hubiesen gozado de más libertad, porque aquí Waldo, Eime, Bonnet y Johnson alcanzan cierto pulso compositivo. A ese grupo se unen Uvena y Shea para crear otra de las mejores canciones del disco; total, está al final y ya lo mismo da, debieron pensar. «Double man» hace creer que Dangerous games podría haber sido otra cosa: más creativa ―el cuarteto fijo de la banda tenía mucha capacidad, no lo olvidemos―, más original, pero sin armas no se puede luchar. La despedida anticipada está en el tema final, una canción a capela que suena precisamente a rendición, sin instrumentos, sin luces. Apagón y se acabó.

Y tiene lógica. La explosión irrepetible y magnífica que supuso la publicación de los dos primeros discos de Alcatrazz no era más que el resultado ofrecido como tributo por gozar de un momento único en la historia del rock. Quizás en su momento no se fue del todo consciente de la trascendencia de esas obras, y sorprende que aún hoy muchos no los recuerden como se merecen o sólo los nombren por haber tenido en sus filas a los incipientes maestros de la guitarra Yngwie Malmsteen y Steve Vai. En mi lista siempre están esos dos primeros discos, aunque me gusta no perder de vista que hubo un tercero y que, de alguna manera, su existencia tiene sentido. Los suelo nombrar juntos. Me parece una bonita trilogía cuya visión de conjunto le proporciona mayor dimensión.

No me detengo en el absurdo intento de recuperación de la banda que hicieron Bonnet, Waldo y Shea en 2020 y del que el cantante ya se ha desentendido, pasando a ocupar su lugar el siempre predispuesto Doogie White. No se puede recrear lo que era único ―bien lo sabe Gus Van Sant―. Es una de las valiosas lecciones de la creación artística.

Alcatrazz_Dangerous Games_cover
ALCATRAZZ:
GRAHAM BONNET: Cantante
DANNY JOHNSON: Guitarra y coros
GARY SHEA: Bajo
JIMMY WALDO: Teclados y coros
JAN UVENA: Batería, percusión y coros

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