Por José Ramón González.
Si a alguna cabeza pensante se le hubiese ocurrido en 1984 hacer con Accept lo mismo que hicieron con ese disco titulado Gold ballads para Scorpions ―reunir en un EP varias de las canciones lentas de la banda grabadas hasta ese momento―, quizás los primeros hubiesen alcanzado una repercusión mayor de la que obtuvieron, o al menos habrían podido llegar a un público que no era indudablemente el suyo pero que podría haber disfrutado de un aspecto de sus creaciones a las que no llegaba por cuestiones de género (musical, se entiende).
El éxito que alcanzaron Scorpions con sus canciones hiperpegadizas, melodías envolventes, voces armónicas y guitarras afiladas se multiplicó por millones cuando apareció esa composición titulada «Still loving you», popularmente conocida como los heavies también tienen corazón. Accept no habían llegado a ningún receptor que no fuese el suyo natural, el metálico de tachuelas y cuero, el que flipaba con los alaridos, las guitarras salvajes y los ritmos brutales de Restless & wild (1982) y posteriormente con la contundencia de cordillera rocosa y tensión palpitante de la magistral obra, pilar del heavy metal, Balls to the Wall (1984). Sus tres anteriores álbumes habían aparecido en el mercado sin dejar mucho recuerdo en los oyentes, más allá de la pegadiza «I’m a rebel» de su segundo álbum ―compuesta por uno de los hermanos de Angus y Malcolm Young, Alexander― y de su evidente progreso en su tercer álbum Breaker (1981), que ya contenía piezas memorables como la que da título al disco, la fabulosa «Run if you can» en la que daban empaque y refuerzo a base de buenas guitarras a esos coros tan reconocibles que plagaban sus anteriores trabajos, la provocadora «Son of a bitch» ―de la que existe una versión censurada― o la comercial «Burning».
Pero me desvío. Gold ballads de Scorpions, publicado en 1984, supuso un regalo para muchos de los adolescentes que en los años ochenta empezados a ser observados con recelo por parte no sólo de vecinos y profesores sino de nuestros propios padres, muchos de los cuales se planteaban seriamente crear su propio PMRC en el barrio para proteger a sus hijos inocentes de la amenaza del rock duro. Gold ballads fue una capa con superpoderes que nos protegió y permitió que compartiéramos nuestra música en casa, que sembró la duda en nuestros progenitores acerca de si bajo esas melenas, poses, gritos y guitarras estridentes latía un corazón como el de los otros humanos ―esto era una premisa cuya falsedad nadie se planteaba, ríanse ustedes― y vibraban unos sentimientos, indudablemente románticos, rebosantes de pureza y sinceridad. Scorpions entraban por la puerta grande en casa y le daban la llave, de paso, a muchos otros que llegaron después, muchas bandas a las que sus compañías discográficas no les permitían publicar un disco si no incluía una canción lenta, emotiva, romántica y sensible: la balada.
Para el adolescente o preadolescente de principios de los ochenta, la historia de Scorpions antes de Blackout (1982) era un misterio, un mundo por descubrir a pesar de que algunos tipos extraños nos hablasen de un disco en directo llamado Tokyo tapes en el que en las fotos del mismo los miembros del grupo parecían mayores que en las posteriores. Y a pesar de que muchos de los chavales de mi edad sospechaban que esos Scorpions no eran los mismos que los del Blackout, porque lo que sonaba allí poco tenía que ver (o que escuchar) con éste, era indiscutible que el paradójico señor calvo de pelo largo que cantaba era el mismo. Así que, de paso, Gold ballads nos invitó a investigar en el pasado de la banda alemana, especialmente gracias a una canción que aparecía ahí titulada «Holiday», que tenía un cambio de ritmo vertiginoso e impactante.
Todo esto me hizo pensar en más de una ocasión (soy un tipo un poco obsesivo) que algo parecido podría haber sucedido con sus compatriotas Accept si, como imaginaba, alguien hubiese hecho un gold ballads con sus primeros discos. Porque canciones de ese tipo y de calidad las hay. Probablemente, al escuchar el resto de sus creaciones, la mayoría de oyentes habría puesto la misma cara de rechazo que yo cuando mi madre me anunciaba acelgas para comer, pero al menos habrían podido disfrutar de una preciosa colección de canciones. Pues además, en esos primeros discos, la función de cantar esas composiciones la asumía el bajista Peter Baltes, quien sorprendía con una voz bonita y agradable alejada de los rasgos agresivos, rasposos y chillones de Udo Dirkschneider. Seguramente este planteamiento es una chaladura mía, pero yo me preparé mi gold ballads de Accept y lo disfruté y lo disfruto hasta ahora. No hay duda de que Accept no es precisamente una banda a la que se recuerde por este tipo de canciones lentas, y quizás por eso se me antoja que tiene más interés y atractivo recuperarlas, recordarlas y, si es pertinente, admirarlas y disfrutarlas.
En su primer disco de 1979 aparecía ya una preciosa canción titulada «Seawinds». En algunos aspectos no deja de recordarme a esas primeras canciones del estilo de los discos primitivos de Scorpions, aunque el planteamiento de Accept es diferente: en «Seawinds» los acordes de una guitarra eléctrica permanecen al fondo de la canción durante toda su duración al tiempo que los arpegios de una acústica los acompañan. Esto le da un juego estupendo pues la eléctrica pasa a primer plano cuando la canción lo necesita para dotarla de un poco más de emoción. Baltes canta estupendamente la historia de un tipo que abandona su ciudad y va observando lo que deja atrás. La nostalgia que va creciendo y la tristeza se adueñan de la canción sin soltarla un momento. Las melodías de las guitarras dobladas subrayan con su melodía esas emociones y los coros heredados de bandas como Uriah Heep hacen que la canción parezca pasar en un suspiro.
Un apunte: los suecos Therion incluyeron una versión de «Seawinds» en su álbum de 1999 Crowning of Atlantis.
Su segundo disco incluía dos canciones de este tipo, dos baladas. Si tenemos en cuenta que I’m a rebel tenía únicamente ocho composiciones, llama mucho la atención que dos fueran tiempos lentos. Esas dos canciones son, sin duda, las más logradas del disco más flojito de su carrera (portada incluida). Al menos «No time to lose» y «The king» son de mucha categoría en su género. La primera es una canción de amor en toda regla escrita por el productor Dirk Steffens. El ritmo de metrónomo marca acertadamente el círculo vicioso en el que ha entrado el enamorado al añorar a su amor perdido y desear desesperadamente en el estribillo su regreso. La estructura se distingue de la más rutinaria al tiempo que los coros vuelven a brillar en unas delicadas melodías que se adhieren a la memoria, lo mismo que los acompañamientos de guitarra. La temática social de «The king» es expuesta de manera más narrativa: cuenta la historia de la caída en desgracia del líder de una pandilla callejera que eligió la mala vida y al que ya nadie recuerda. Muy bien cantada por Baltes con esas estupendas armonías vocales es una canción sencilla pero que funciona estupendamente, más atractiva en la estrofa que en el estribillo. Sin apenas presencia de guitarras eléctricas hace de su sencillez virtud.
Otro apunte: Ángeles del Infierno, banda para los que los primeros Accept, especialmente a partir de Breaker aunque no sólo, son una influencia innegable, en una de sus famosas baladas, «Al otro lado del silencio», desarrolla una línea melódica en la voz que es prácticamente nota por nota, en un tempo más lento, calcada de «The king». A lo mejor me excedo, pero las guitarras dobladas que entran después del estribillo también me recuerdan enormemente a las que he comentado de «Seawinds».
Llegamos a 1981. Accept dan un paso muy significativo con la publicación de su tercer álbum Breaker, producido como el anterior por Dirk Steffens pero con un sonido más contundente, unas guitarras con mayor cuerpo y una confianza en sus canciones que dejan a I’m a rebel en una anécdota. Udo por fin se atreve con «Can’t stand the night» a pesar de que parece no encontrarse del todo cómodo en los tonos bajos, algo que se observa en que enseguida sube a su registro habitual, lo que por otro lado proporciona a la canción una intensidad que no le va nada mal para expresar esas emociones de desgarro de alguien a quien han abandonado y se desespera ante la llegada de la noche y la oscuridad en la que imagina a su amada con otro. Dirkschneider ganaría en contención posteriormente para clavar un par de canciones de estilo cercano en los dos discos posteriores de la banda (baste recordar lo bien que lo hace en la excelente «Winterdreams»).
Sin embargo la gran aportación baladística vuelve a estar a cargo de Peter Baltes con «Breaking up again». De nuevo destaca la excelencia en la capacidad para expresar lo máximo con los mínimos recursos. Es una canción de corte muy parecido a las anteriores, igualmente en la temática romántica del abandono y la soledad, pero con una estructura algo diferente, pues consta de dos estrofas acompañadas de arpegios de guitarra acústica tras las cuales entran, como en las anteriores, las eléctricas dobladas para crear una sencilla y bonita melodía que se repite circularmente a la que se van añadiendo algunas notas muy emotivas a modo de solo.
Aquí tenemos las cinco canciones necesarias para hacer un gold ballads al estilo Scorpions. Por lo olvidadas que están, la extrañeza que suponen dentro de la carrera de la banda y porque, como dije, posteriormente abandonaron definitivamente este tipo de composiciones, me resulta atractivo recuperarlas y agruparlas para que sirvan de muestra de algo tan importante como la evolución de una banda hasta llegar a crear obras imprescindibles del calibre de Balls to the Wall y Restless and wild. Seguramente no habría llegado a crearse «Winterdreams» sin la experiencia que les habían proporcionado las canciones de este imaginado Gold ballads.
No volverían a hacer algo parecido hasta «Amamos la vida» de Objection overruled en 1995 que aunque es también una canción lenta no es del mismo estilo que las comentadas, igual que la larga «Mistreated» en Eat the heat (1989). Estas cinco canciones, que han estado conmigo durante tantos años, son una parte de la historia de Accept que, creo sinceramente, merece la pena recordar.