Anaquel

TOM BEAUJOUR, RICHARD BIENSTOCK: Nöthin’ but a good time (Neo-Sounds, 2022)

TOM BEAUJOUR, RICHARD BIENSTOCK: Nöthin’ but a good time (Neo-Sounds, 2022)

Something else.

Por José Ramón González.

 

Cub. NOTHIN BUT A GOOD TIME_FINAL.inddEl título de este libro podría resultar algo engañoso: la canción publicada por Poison en su álbum de 1988 sirve a sus autores para reflejar parte de lo que significó la explosión del hard rock de la década de los años ochenta, pero podría parecer que allí no había más que juerga. No es así. Hubo generosas dosis de talento, mucho trabajo, cantidades enormes de creatividad ―a veces hasta excesivas― y no poca precariedad. Precisamente es uno de los aspectos que más claros quedan, a mi juicio, tras la lectura de este magnífico y diría que necesario libro que pone muchas cosas en un sitio en el que casi nunca han estado: el del reconocimiento al talento de unos músicos, jovencísimos muchos de ellos cuando empezaron a despuntar, que revolucionaron la música de aquella década, y que sufrieron una de las caídas más terribles y fulminantes de la historia cuando muchos de ellos podían haber empezado a dar lo mejor de sí mismos tras la experiencia acumulada y el aprendizaje que todo ello supone. De la noche a la mañana desaparecieron del mapa barridos por una nueva moda, opuesta, como casi todas las reacciones culturales, a la estética y estilo de la anterior. El trabajo, el sacrificio y la dedicación para lograr el sueño de poder vivir de la música es algo que se pone de manifiesto especialmente en la reveladora primera parte del texto, una de las más atractivas. Allí campan a sus anchas la creatividad y la autogestión.

Tras la determinante aparición en escena de Eddie Van Halen a finales de los años setenta nada volvió a ser lo mismo, y eso llevó a un montón de grupos a tratar de conquistar los garitos de Sunset Strip queriendo seguir la senda abierta por la banda en la que Eddie había reventado las posibilidades sobre lo que se puede hacer al tocar la guitarra, mientras David Lee Roth era capaz de convocar a tantas chicas por metro cuadrado que tenían que hacer varios pases. Después llegaron Mötley Crüe y la escena definitivamente despegó para cambiar el panorama musical de finales de los setenta y empezar a escribir la excitante nueva ola de los años ochenta.

Cuando hablamos de Mötley Crüe y la década en la que brillaron con más potencia, asociamos a ello, inevitablemente, el título de este libro, sin embargo lo que complace y, a muchos seguro que asombra, es comprobar cómo estos músicos tuvieron que luchar durante muchos años para alcanzar su objetivo. Se cuenta en el libro cómo tenían que mendigar para conseguir comida, eran, literalmente, unos muertos de hambre, pero con una meta muy clara: poder tocar cada noche en uno de los locales, poder presentar sus canciones y que alguna discográfica se fijara en ellos. Cuenta Nikki Sixx sobre Mick Mars:

Cuando conocí a Mick, llevaba los zapatos pegados con cinta
adhesiva, y también los pantalones, para que no se le cayeran.
No tenía un chavo, pero tenía un amplificador Marshall y una
Les Paul. ¡Estaba claro cuáles eran sus prioridades!
(Pág. 67)

Y con ello no sólo empezaron a cambiar el devenir de la música, del rock, sino que también comenzaron una revolución social. Como dice Tracii Guns:

Lo que hicieron fue crear un modo de vida dentro de la escena
musical hollywoodiense.
(Pág. 86)

Luego empiezan a aparecer por ahí Jake E. Lee, W.A.S.P., Ratt, Dokken, Quiet Riot, Rough Cutt, White Lion, Twisted Sister… Todos ellos haciendo gala de una creatividad y unos recursos para construir su propia imagen, llamar la atención, diseñar la escenografía de sus conciertos, su ropa, que merecería una matrícula de honor en cualquier colegio en el que se quisiera reconocer los logros de los estudiantes («aprender a aprender» lo llaman ahora los revolucionarios teóricos de la enseñanza). No sólo eso, también desarrollaron elementales técnicas de autopromoción: «Hay que reconocer que eran muy creativos» (Gina Zamparelli, promotora de clubes, pág. 274). Ellos se encargaban de todo.

El libro consigue acercarnos a esa bulliciosa y excitante escena a través de las palabras de sus propios protagonistas, auténtico logro de la obra, pues no hay un narrador, excepto en la breve introducción a cada uno de los capítulos. Nöthin’ but a good time se estructura así a través de las declaraciones de más de doscientos protagonistas de la escena que se van enlazando temáticamente. A través de situaciones, recuerdos, anécdotas, experiencias o conflictos, los intervinientes van aportando su opinión, unas veces confirmando tal o cual suceso, otras veces desmintiendo lo que otro asegura que ha sucedido. Parecemos invitados a una reunión en la que las estrellas del rock hacen memoria.

No faltan, desde luego, las escenas descacharrantes, divertidas o ridículas, las peleas entre los miembros de las bandas o dentro de la propia banda, al tiempo que queda de manifiesto la competitividad entre los grupos por ganarse un sitio, aunque el compadreo, la solidaridad y el compañerismo no están ausentes casi nunca.

Es ahí donde comienza a vincularse la escena musical con una forma de vivir. Recordemos que la mayoría de esos músicos no eran más que jovencitos con ganas de reconocimiento pero también de disfrutar de la vida. Las fiestas, el alcohol, el sexo y las drogas empiezan a formar parte de una vida de excesos. Y así empiezan igualmente a marcarse diferencias entre quienes pierden el control y quienes demuestran una madura capacidad para mirar desde fuera y darse cuenta de que es necesario «profesionalizarse». Deslumbra el talento de Tom Keifer, por ejemplo, para tener claro desde el principio que lo importante era ser mejor músico, hacer mejores canciones: «Tenías que seguir publicando álbumes de éxito». No fue el único. Steve Rachelle (Tuff) asegura: «Había que tocar muy bien y tener una gran presencia escénica» (pág. 443). En ese sentido, el representante de Def Leppard, Dokken, Tesla o Metallica, Cliff Burnstein señala:

Todo aquel maquillaje, los pelos cardados, las chicas ligeras de
ropa… ¿qué tenía que ver con la música? Porque a mí esa músi-
ca me gustaba.
(Pág. 486)

Por otro lado está la terminología utilizada, esa despectiva expresión hair metal que pone el foco en la apariencia exterior y no en lo importante.

Pero llegaron Poison. Asombra la grandeza que alcanzaron estos chicos cuyas cualidades técnicas brillaban por su ausencia. Han llegado a representar, casi como ningún otro grupo, esa idea del hedonismo como forma de vida a través de una música tan simple como eficaz. La diferencia entre unas bandas y otras queda muy clara a partir de entonces. Las discográficas y los representantes quieren canciones de éxito para que la influyente MTV coloque sus vídeos y vendan miles, millones de discos, mientras algunos músicos buscan evolucionar, progresar, alcanzar o mantener el éxito haciendo mejor música. Empieza a mandar el negocio. Reb Beach refleja muy bien esa dicotomía al hablar de lo que era Winger en cuyas filas contaban ni más ni menos que con Rod Morgenstein: «Presumíamos de ser unos músicos excelentes pero dábamos más importancia a nuestra imagen» (pág. 484); y Beau Hill lo corrobora: «Eran unos músicos increíbles. Y tenían a Rod a la batería» (pág. 423).

Se consigue así un recorrido objetivo y bastante completo ―cada uno echará indudablemente de menos a tal o cual banda, a éste o a aquel músico― de la época, pues el contenido consigue un equilibrio entre las anécdotas humorísticas ―entre las que Sebastian Bach tiene un indeseado protagonismo― y las inquietudes artísticas de muchos de los protagonistas.

La siguiente ola que lleva a Guns N’ Roses, L.A. Guns y demás son el anuncio de un cambio que se concretará al comienzo de la década. Muchos aseguran que lo vieron llegar pero otros no fueron conscientes. Las compañías dejaron de apoyar a todas estas bandas y pasaron a picar en otra mina de la que olieron que se podía empezar a sacar.

Resulta conmovedora la manera triste en la que esos chicos se quedaron en la estacada sin saber muy bien qué hacer. Algunos asumieron que aquello había sido un momento incomparable y que habían sido afortunados de haberlo vivido. Otros siguieron luchando por vivir de su talento, de su música, y otros trataron de adaptarse a las nuevas tendencias. En la mayoría de los casos su público no los siguió. De nuevo Tom Keifer ilustra claramente esas sensaciones:

Fue increíble ver cómo una época en la que se hizo tanta buena
música […] era rechazada de plano. No por los fans, sino por
los creadores de tendencias, supongo.

Aunque cabría preguntarse dónde estaban todos esos seguidores. Cabe preguntárselo también ahora, pues el libro permite plantearse igualmente esas preguntas en la actualidad, a la que se acerca en sus últimas páginas y que invita a seguir hablando sobre este apasionante género. Por ejemplo, el rastro que esas canciones y esos grupos han dejado: parece que a muchos no les importa que en los conciertos que algunas de esas bandas dan en la actualidad no haya, muchas veces, más que un miembro de la formación original.

Por último hay que felicitar a Ainhoa Segura Alcalde por la magnífica traducción, algo no tan habitual en los libros de música, al menos en los pocos que se dedican al hard rock, y a Neo-Sounds por la cuidada edición, que refuerzan el trabajo y esfuerzo de los autores por tratar con seriedad y profesionalidad en este fantástico libro el legado que todos estos músicos han dejado y al que habitualmente no se hace referencia más allá de lo que contiene esa etiqueta con la que se simplifica un movimiento artístico que está mucho más allá de las apariencias.

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