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LA ABUELA (Paco Plaza, 2021)

LA ABUELA (Paco Plaza, 2021)

Me cago en el respeto a la tercera edad.

Por Serbal.

 

Espero no ofender a nadie por el título de la reseña. La gente últimamente tiene la sensibilidad a flor de piel, y puede sentir que he ultrajado o discriminado a alguien por el mero hecho de haber llegado a cierta edad, que tal y como está el patio (pandemia, catástrofes naturales y climatológicas, servicio de atención primaria colapsado, posible tercera Guerra Mundial…) habría que considerarlo todo un triunfo. Por otro lado, un poco de polémica nunca viene mal, pues podría contribuir a incrementar el número de visitas de la Web. Sin embargo, nada más lejos de mi intención que convertir la página en el plató de Sálvame o cualquier otro engendro parecido, sin ánimo, otra vez, de ofender a nadie; o sí.

Disculpas u ofensas a un lado, la frase sale de la exquisita boquita del personaje de Aída dirigida a la maravillosa Sole (encarnación de la experiencia, sabiduría y mala leche, es decir, mujer entrada en años ―también válido para hombre o transgénero, no se me vaya a enfadar el personal―), ambos personajes de la entrañable serie Siete vidas.

Acabo de ver el último trabajo de Paco Plaza, La abuela, y no he podido evitar recordar la expresión llena de indignación de Aída al referirse a alguna de las jugarretas sufridas por la intervención de la querida jubilada. Es una frase llena de intención que puede llevar a pensar que he “destripado” parte del argumento de la historia, pero a la abuela se le ven las malas intenciones desde el comienzo. No cumple con el estereotipo de la abuelita amorosa que te prepara unas croquetas de chuparse los dedos, como evoca irónicamente la canción de Vainica Doble, Elegía al jardín de mi abuela, con una dedicatoria y un suspiro, que escuchamos en el film. Es cierto que se ocupa de su nieta huérfana, Susana, papel interpretado por la aterrorizada Almudena Amor, pero con un propósito oculto. Estaría más cerca de la abuela de la espeluznante Hereditary; de los viejitos de la decepcionante The owners (Los propietarios); de los ancianos, vecinos de Rosemary, en la clásica La semilla del diablo; de los granjeros vejetes de la recientemente estrenada X (al parecer bien acogida por público y crítica); de los abuelos protagonistas de Todo por Jackson, aunque con estos comparte únicamente el uso de las malas artes, es decir, el medio, pero no el fin; e incluso, del patriarca narcotraficante de la anterior cinta de Paco Plaza, Quien a hierro mata, que, aunque anciano con una enfermedad degenerativa, no despierta la más mínima compasión, sino todo lo contrario.

Comencemos por el principio, como Dios manda, aunque a la abuela le podría salir un sarpullido con la sola mención del Divino. En las imágenes iniciales vemos la mano de la anciana, cuyas gruesas venas y arrugas parecen, a riesgo de que se me tache de pedante o simple, “los ríos que van a dar en la mar, que es el morir”, reviviendo los versos de Jorge Manrique. En la muñeca, un reloj marca incesante la hora al ritmo de un tic tac atronador, con el que también concluye la película, esta vez al compás de la mítica canción El reloj de Los Panchos. Y es que la película parece una carrera contrarreloj para frenar el paso del tiempo y establecer una eterna juventud, rememorando el tópico literario del “tempus fugit”. La abuela, la vejez, representa las señales del inexorable transcurrir del tiempo, cuyo final es la muerte, y la nieta, la juventud, el comienzo. Pero, qué ocurre cuando la anciana ama la juventud y la belleza sobre todas las cosas, cuando lleva en sus entrañas un corazón joven o un espíritu que no se siente correspondido con su cuerpo, ya achacoso. Ahí lo dejo, aunque para los que deseen conocer un poco más del argumento, la solución, más antigua que el dimetrodón, el dinosaurio preferido de Susana cuando esta era una tierna infante, (en realidad, se trata de mitad dinosaurio mitad mamífero y ya estamos con el revoltijo de identidades que tanto le gusta a Carlos Vermut, guionista del film), no es otra que el uso de artes mefistofélicas (muy poco recomendables), que ya pusieron en práctica personajes clásicos como Fausto y Dorian Gray; este último y su retrato parecen estar presentes a través de la pintura colgada en el salón, imagen de una entonces jovencísima abuela; y aprovecho la coyuntura para citar otro título: The Night, donde, durante una extraña noche en un hotel, también se juega con los reflejos de espejos y los dobles (doppelgänger), haciendo referencia también a otro mítico y desconcertante retrato Hombre mirándose la nuca de Magritte; y si continuamos hablando de espejos y dobles, imposible no mencionar la brillante y aterradora Us (Nosotros) o la inclasificable Última noche en el Soho.

No obstante, tanto la abuela como la nieta son la cara y la cruz de la misma moneda. Las dos han nacido el mismo día, 22 de marzo, comienzos de la primavera (y número duplicado), lo que no es casual, ya que esta estación se identifica con el renacimiento, la mocedad, la exuberancia física que nos recuerdan los cuerpos esculturales de Almudena Amor y Karina Kolokolchykova, que lucen en cueros sin ningún pudor en una perfecta asimilación con la Venus (por cierto, diosa de la naturaleza, la belleza y el amor, nacida del violento parricidio llevado a cabo por Saturno, también Cronos ―tiempo―) o la Primavera de las pinturas de Botticelli.

Además, ambas coinciden en su obsesión por mantenerse jóvenes y lozanas. De hecho, y no es una simple coincidencia (nada lo es en el guión de Carlos Vermut), la nieta es modelo profesional, como descubrimos en su primera aparición en un casting donde, junto con otras modelos, se exhibe en ropa interior, sometida a la atenta mirada de los encargados de realizar la selección. Se podría establecer una analogía con las ferias de ganado, donde lo único que interesa es la carne; o con las vergonzantes ventas de esclavos, donde no se mostraba al ser humano sino sus cualidades y aptitudes físicas para el trabajo.

La cinta, como mencionaba antes, escrita por Carlos Vermut, deja traslucir algunas de las inquietudes del guionista y director, como son la búsqueda y pérdida de la identidad. Susana es modelo, imagen del perfume Magical Girl, que también es el título de la segunda obra de Carlos Vermut. Parece ser que, con este gesto, Paco Plaza quiso rendir tributo a su amigo y colaborador. Pero, obviando el homenaje, la mención del título tiene su razón de ser: de la misma manera que Alicia, uno de los personajes del film de Vermut, no tiene clara su identidad (está en los límites de la adolescencia) o pretende huir de ella, ya que está enferma de leucemia, también Susana, en La abuela, se presenta como una mera imagen, vacía de contenido. Uno de los deseos de Alicia es poder transformarse en un personaje, Magical Girl, perteneciente a una exitosa serie manga; además se oculta a través de un “nick” japonés. Si a esto le añadimos toda la carga simbólica de su nombre (Alicia), creación de Lewis Carroll, que, en la obra Alicia a través del espejo, llega a olvidarse de quién es, la obsesión del guionista y director por el “yo” es más que evidente. Del mismo modo, en el trabajo de Paco Plaza Susana es una mera imagen publicitaria, un cuerpo, hermoso pero hueco, como una muñeca rusa, imagen omnipresente en el film (al lado del reloj), vacía, a la espera de ser rellenada por otra muñeca, igual de vacua. Asimismo, uno de los muchos recuerdos de la infancia de Susana es otra muñeca, que también puede transformarse en un conejito (posible referencia, de nuevo, al personaje creado por Lewis Carroll y, una vez más, confusión de identidades).

Esta identificación entre abuela y nieta se lleva hasta las últimas consecuencias con el juego de espejos y reflejos entre las dos mujeres, así como a través de las imágenes duplicadas de abuela y nieta ocupando los mismos lugares (sillón, cama, ducha, retrato) y suplantando la una a la otra. Incluso la oscuridad y claustrofobia predominantes (la mayor parte de la película tiene lugar en el interior del piso de la anciana) llegan a tragarse a la joven, haciéndonos estremecer de terror. Este vampirismo o posesión física, e incluso espiritual o identitaria, también es el tema central de la magnífica Quién te cantará y de la no menos interesante Verónica, de Vermut y Plaza respectivamente.

Para terminar, me gustaría destacar que este trabajo refleja a la perfección la preocupación actual por los mayores. Así, no solo nos encontramos con la película de Paco Plaza, sino también con multitud de obras de terror donde se trata el envejecimiento y sus consecuencias, tales como Relic, The Taking of Deborah Logan, The Dark and the Wicked (aunque aquí solo como punto de partida), Sator (filme, en mi opinión, sobrevalorado) La visita y El tiempo (estas dos últimas de M. Night Shyamalan).

De todos modos, la senectud y la muerte siempre han sido motivo de temor para el ser humano desde tiempo inmemorial; seguro que el que más y el que menos recuerda haber leído en el colegio el famoso soneto de Garcilaso de la Vega: En tanto que de rosa y azucena, que insiste en los tópicos del carpe diem (aprovecha el día ―ahora que eres joven―) y tempus fugit (el tiempo vuela). Ojalá todos fuéramos capaces de asumir tanto la ancianidad como la muerte con la naturalidad, que puede confundirse con insensibilidad, con que lo hace la comunidad india del relato La ley de la vida de Jack London. Y es que al ver la primera cana a todos nos entra el mismo tembleque que al personaje de Almudena Amor, o volviendo a la literatura, que a la pobre ricachona de El espejo (The Looking Glass), cuento recogido en la excelente colección de relatos de fantasmas de Edith Wharton. No hay más que ver el vídeo de la canción Zick Zack, perteneciente al último trabajo de la banda Rammstein, titulado Zeit (Tiempo), donde los músicos alemanes critican, al igual que Paco Plaza, aunque con bastante sorna, la obsesión por el paso del tiempo y nuestro físico. La moraleja está clara: aprendamos a reírnos de nuestro reflejo en el espejo.

laabuelapacoplaza
Intérpretes:
Almudena Amor
Vera Valdez
Karina Kolokolchykova
Chacha Huang
Guión:
Carlos Vermut
Música:
Fatima Al Qadiri
Fotografía:
Daniel Fernández Abelló

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