Boca abajo.
Por José Ramón González.
Menos mal que a nadie le dio por ir a la cabina del proyeccionista (¿existe esto aún?) para pedirle que arreglara el error cuando las letras de la compañía Universal empezaron a aparecer invertidas en la pantalla y el logo de la Metro Goldwyn Mayer se veía del revés con el león rugiendo con la mandíbula para el lado contrario. Porque este expresivo y simbólico arranque de la película pretende mostrar visualmente el planteamiento de lo que vamos a presenciar: una perspectiva diferente de lo que muchos consideran un clásico del cine de terror. Y eso que Candyman (Bernard Rose, 1992) quizás no se ajuste demasiado claramente a lo que entendemos como película de terror si somos muy estrictos. Se trata más bien de un thriller psicológico con, eso sí, reconocibles elementos del género, que juega con la ambigüedad y con la fuerza con la que los relatos de ficción condicionan nuestra realidad. En ella, recordemos, un ente de raza negra ―el hijo de un esclavo que fue torturado, asesinado y finalmente quemado por haberse atrevido a enamorarse y dejar embarazada a una joven blanca, descendiente de un rico terrateniente, a quien se le encargó retratar― se aparece cuando se pronuncia su nombre cinco veces delante de un espejo. Candyman lleva un gancho en lugar de mano, pues también se la amputaron, con el que asesina a sus víctimas, para vengarse. Candyman necesita que crean en él para existir. La duda lo destruye, igual que le va a ocurrir a la protagonista.
Como se puede apreciar, el conflicto racial estaba servido y a él se hace referencia en no pocas ocasiones, como cuando uno de los personajes comenta que si un blanco asesina a varias personas la noticia no adquiere una relevancia ni mínimamente similar a la que alcanza cuando un negro asesina a una persona blanca. En la película de Rose la historia de aquel joven pintor la va deshilvanando Helen Lyle, una investigadora de la universidad de Chicago (papel interpretado por Virginia Madsen) que quiere profundizar en la importancia que las leyendas y supersticiones tienen en el carácter y el comportamiento de determinadas comunidades.
El reciente surgimiento de un subgénero contemporáneo de terror protagonizado por personajes negros que sutura la herida de su problemática racial a las que se pueden presenciar en el terror cinematográfico tiene en Jordan Peele su rostro más visible, gracias especialmente al indiscutible éxito de su primera película Déjame salir (Get out, 2017) y al que han seguido títulos como Antebellum (Gerard Bush, Christopher Renz, 2020). Ahora Peele asume el papel de productor y coguionista de esta rescritura de Candyman cuyo visionado es casi obligatoriamente complementario al de la original de 1992, la cual se basaba a su vez en un relato de Clive Baker.
Si el filme de Bernard Rose comenzaba con una toma de las carreteras de la ciudad desde el aire, el de Nia DaCosta lo hace desde abajo y hacia los edificios, aunque éstos no apuntan hacia arriba sino hacia abajo. Vemos todo, por lo tanto, desde una perspectiva opuesta, deformada, como desde el otro lado del espejo en el que se invoca a Candyman; nos ponemos en su lugar. Puede resultar discutible la sensación que se puede tener de querer, de algún modo, enmendar la plana a la película original en cuanto a la profundidad del conflicto racial pues, como hemos comentado, estaba presente en ella. Helen experimentaba en sus propias carnes lo que significa ponerse en la piel de un negro acusado injustamente, como tantas veces ha ocurrido, de unos crímenes que no ha cometido. Sin embargo la película de DaCosta no se queda en una simple reivindicación y crítica de estos asuntos, sino que completa y refuerza lo que ya estaba en aquella, ampliándolo y redimensionándolo. Con ello tenemos una lectura interesante ―y a veces incluso autocrítica― que recorre no sólo lo racial sino también la superficialidad del mundo del arte o la estupidez y arrogancia temeraria clásicas de los adolescentes que tantos disgustos les han reportado en las películas de terror. La escenografía y la luz inciden en los contrastes entre los mundos ―algo que también se observaba en el filme original―, aunque en ésta muchos echarán de menos la música de Philip Glass, recreada en los títulos de crédito.
Del mismo modo el nuevo Candyman recupera la idea de que lo que no se nombra no existe, aplicándolo al mismo tiempo al personaje de detrás del espejo y al personaje protagonista, el artista Anthony McCoy, que se alegra sin pudor de que su nombre aparezca en las noticias aunque sea coyunturalmente a causa de un horrible crimen, y al mismo tiempo se refuerza el subtexto de la problemática social: lo que no se nombra no existe, pero si alguien se atreve a «decir su nombre» ―como el título de la obra que expone McCoy―, es decir, a hablar de ello, puede costarle la vida, porque Candyman, ese miedo a lo que se desconoce, el miedo que se ha ocultado durante años, puede volver y asesinarte. Es necesario mirarse en el espejo para averiguar quién es cada uno. El final de la película da la vuelta a la idea haciendo converger los diversos planteamientos y consiguiendo que se vuelvan en contra de quienes han querido ocultar la realidad.
Por otro lado, no faltan los momentos de tensión, los asesinatos rodados con fuerza y no poca sangre, sin necesidad de recurrir a los irritantes «sustos» que poco pintan aquí, como tampoco lo hacían en su predecesora. La inclusión de las sombras chinescas resulta un acierto por inquietantes y sugerentes, además de un acertado recurso narrativo.
Así pues, esa mirada que plantea el filme de DaCosta desde el otro lado del espejo no lo es de manera absoluta ni estricta, aunque sí atractiva y, finalmente, creo que lograda. DaCosta y Peele, junto a Win Rosenfeld, combinan elementos gore con cine social, ritmo y ambientación incómodos, sin llegar a utilizar, en mi opinión, el cine de género como excusa para tratar otros temas, sino combinándolos y permitiendo que sus puntos de intersección se enriquezcan mutuamente, y aprovechando lo que su referente les ofrecía para redondear una historia que adquiere su mayor alcance cuando se contemplan las dos películas juntas.
Intérpretes:
Yahya Abdul-Mateen II
Teyona Parris
Nathan Stewart-Jarrett
Colman Domingo
Kyle Kaminsky
Vanessa Williams
Guión:
Jordan Peele
Win Rosenfeld
Música:
Robert Aikri Aubrey Lowe
Fotografía:
John Guleserian