Los que salen ganando.
Por José Ramón González.
Dos años han tardado 4 Bajo Zero en desvelar el misterio de su permanencia en el mundo de los supervivientes del rock, misterio al menos para el que esto escribe. Un grupo que practica un hard rock de estilo ochentas que no da señales en un par de años ―seis desde que publicaran su anterior disco― invita a que uno asuma que han desaparecido sepultados bajo el alud del desánimo. Por muy bien que lo hagan. Al fin y al cabo parece claro que una banda así, como muchas otras, hace esto por amor al arte, invirtiendo su tiempo e ilusión como puede y poco más. Y nada menos, debería decir.
Según el famoso productor Rick Rubin todos tenemos la capacidad de ser creativos, el éxito del resultado depende del esfuerzo y dedicación que se le ponga, aunque eso no garantice la relevancia artística de lo creado. Parece que estos valencianos no están faltos de tenacidad e ilusión, pues bajo los escombros que cada día nos deja el infinito potencial destructivo de algunos individuos, asoma la cabeza la disposición de muchos artistas para crear algo positivo, constructivo e iluminador para otros conciudadanos sufridores de la irresponsabilidad de los dispensadores de escoria y aniquilación, de los escupidores de aberraciones, los burladores del respeto al prójimo, los ladrones de lo comunitario, aprovechados de la desgracia ajena, arribistas del poder. Y además esta banda consigue hacerlo bien, muy bien. Quizás sea excesiva esta digresión, aunque también es posible que no; tiene un punto conmovedor y admirable el hecho de encontrarse con bandas como la que nos ocupa, observando cómo de entre la maraña insufrible de tanta realidad desasosegante y que poco anima al ánimo del ánima, mantienen la idea de que hacer lo que hacen merece su tiempo, esfuerzo y dedicación. Encuentran una grieta por la que escapar de la muchas veces oscura realidad y conseguir que a través de ella penetre un poco de luz, para ellos, seguro, pero también para nosotros. Su sacrificio repercute en el bien común. Su música nos sirve de bálsamo, de calmante espiritual. No es poca cosa.
En su tercer álbum, 4 Bajo Zero ofrecen ocho canciones que superan en diversos aspectos a su anterior y muy apreciable Abominable (2018), como la elaboración de las composiciones, el sonido (buena producción han conseguido, sin duda), la construcción y la ejecución. En este nuevo trabajo menos heavy y más hard rock que en el anterior, las canciones han ganado en compactación, en dinámicas, en fluidez, en naturalidad. A Rocka Viva no se sale de los cánones clásicos ―me parece reconocer un sonido cercano a Y&T en un par de ocasiones, por citar una referencia que creo cercana, pero hay otras―, y esa es su virtud: continuar la práctica de un estilo que utiliza como modelo sin repetirlo como esquema, componiendo canciones que tienen la dignidad y la exigencia suficientes para que se puedan disfrutar sin tener que justificarse en un simple ejercicio de nostalgia insípida, aburrida y repetitiva. La prueba es el entusiasmo que provocan sus sucesivas escuchas, lo bien que funcionan las canciones dentro de su ámbito: no hay animal salvaje que se mueva mejor que en la libertad de su ambiente.
En la temática de las canciones encontramos muchos de los tópicos del género, las canciones metamusicales dedicadas al propio rock y a los rituales de ir a conciertos y esas cosas («Siempre caemos de pie» o la apasionada «Eres fuego», que refleja la frustración y el pundonor necesario para mantener la ilusión por seguir haciendo música al tiempo que resulta imposible dejar de hacerlo cuando se está entregado a ello), a las radios que programan música alejada de la tiranía de las listas de éxitos (¿qué demonios se entenderá por «éxito» en estos tiempos?) y de la servidumbre a lo que vende («Radio underground»). También la temática social, ya casi forzosa en los últimos años, o la reivindicación del papel de la mujer, aspectos ambos que, por cierto no son nuevos en el género aunque muchos/as se empeñen en creer que lo están haciendo ahora por primera vez («Jaque al opresor» puede presumir de un fabuloso remate final con el cambio de ritmo). Y por supuesto todas esas referencias a los ideales, a la rebeldía, la fortaleza necesaria para no rendirse ante las adversidades, concretado en unas letras que esquivan los lugares comunes con construcciones trabajadas que se agradecen («No tengo poderes»). Junto a ello la fuerza y contundencia que aporta una base rítmica impecable ―me gusta particularmente el trabajo de Tomás Martínez al bajo aunque no menos el de Iñaki Genís a la batería, fantástico en todo el álbum―, unas guitarras repletas de ritmo y ecos clásicos a cargo de Gonzalo Lorente y, por supuesto, la ferocidad desatada, la arrolladora garganta de Rebeca Montón, de quien estaba tentado de decir, como hice anteriormente, que vuelve a abusar de los agudos, pero me he arrepentido a las primeras de cambio y, en concreto, al escuchar esa imponente reivindicación que hace de la necesidad y el derecho a disfrutar de su vida (de nuevo temática social), de su libertad: y poder amanecer, sentir que estoy viva / y poder recuperar mi dignidad / […] y luchar, y gritar, última palabra ésta en la que el surtidor de voz de Rebeca suelta todo un imparable torrente, una apasionada vorágine expresiva que emociona de verdad. Así que, quién demonios puede reprocharle algo ante eso. A propósito, magnífica composición con un soberbio estribillo en la que los cuatro músicos están especialmente inspirados.
El disco va ganando con las escuchas, o más bien, uno va ganando con las escuchas del disco. Es fácil infravalorar un trabajo de este tipo debido a las hechuras clásicas, que esquivan la capacidad de sorprenderse, aunque por otro lado, al pelar y repelar las primeras sensaciones, terminamos por darnos de bruces con un trabajo consistente y dinámico, que progresa hacia lo convincente y emocionante.
El rock duro de la década de los ochenta ha pasado a mejor vida, a otra vida, para ser más precisos, que es la de ahora. Un estilo que ha sobrevivido por sus propios méritos ―méritos que tantos se negaron siempre a ver y que, aún hoy, le siguen eludiendo―, que es redescubierto ―o recuperado― por aficionados que encuentran en él la autenticidad de quien cree en lo que hace, sin rubor a pesar de cierta ingenuidad que resulta tan conmovedora como atractiva, algo que es difícil encontrar en mucha de la música actual, o como se llame a mucho de eso que se hace en los últimos y ya demasiados años. Lo artificial puede entretener, pero no emocionar, y si no emociona no hay pegamento en el mundo que permita asociarlo a los recuerdos. Y sin recuerdos la existencia del presente no tiene sentido. Curiosa paradoja: lo natural no caduca, lo artificial sí. Parece que el rock y los yogures tienen principios diferentes.
4 BAJO ZERO:
REBECA MONTÓN: Cantante
GONZALO LORENTE: Guitarra
TOMÁS MARTÍNEZ: Bajo
IÑAKI GENÍS: Batería